La búsqueda de la felicidad ha estado presente en todos los momentos de la humanidad, las creencias sobre aquello que nos hace felices, es diferente según la época, la cultura y las experiencias de vida.

Actualmente existe una tendencia a pensar que la felicidad debe ser un absoluto (estado constante) que se alcanza a través del éxito, definido culturalmente como tener un cuerpo perfecto, una economía envidiable, muchos amigos, títulos, propiedades, ser reconocido, competir y ganar, entre otros. Sin embargo, pensar así lleva a una carrera centrada en el “tener” por sobre “disfrutar”, “aprender”, “relacionarnos”, “dolernos”. Esta forma de vida nos deja un legado: más depresión, más trastornos ansiosos, más suicidios, más vacío, sufrimiento y soledad.

Entonces, ¿qué es la felicidad? Desde la psicología hoy sabemos que la felicidad es un estado momentáneo, al contrario de la percepción subjetiva de bienestar personal, que sí es estable. Si la percepción es positiva, entonces los estados de felicidad son más frecuentes y prolongados. ¿Cómo se logra? rearticulando lo que definimos como éxito, relacionándonos sin competir, generando experiencias de amor más profundas y menos desechables; cultivando la esperanza, el optimismo, la espiritualidad.

El precio de la felicidad implica cursar etapas de dolor y sufrimiento, porque profundizar en las relaciones y amarse a uno mismo inevitablemente implica hacernos cargo de nuestras sombras, egoísmos y bajezas. Solo así podremos definir metas de vida y sentidos de vida realistas y ajustados.

Es un buen día para reflexionar sobre lo que nos da paz y sentido de vida. Para disfrutar el aquí y ahora, retomar las raíces más profundas de nuestro ser. Ojalá esa actitud fuera todos los días.