Semana Santo Tomás 2016

Un saludo cordial a cada uno de ustedes, miembros de esta querida comunidad Santo Tomás.

Nuestras instituciones llevan por nombre Santo Tomás, pero más allá del nombre de nuestra institución educativa hay una persona: un santo dominico perteneciente a la familia de los Aquino, del que nos separan muchos siglos y varios miles de kilómetros.

Entonces, ¿por qué usamos el nombre de un personaje que vivió en la Europa de la Edad Media? ¿No es muy lejano a nuestra cultura y al momento histórico que vivimos?

En realidad Tomás de Aquino no sólo ha sido importante para un país y una época determinados sino que es más universal, pues su tesoro intelectual ha iluminado a toda la cultura occidental de los últimos siete siglos y ha sido guía espiritual de la Iglesia Católica durante todo este tiempo. El Papa León XIII lo llamó “Patrono de todas las Escuelas y Universidades católicas del mundo”. Pablo VI lo apodó “Lumbrera de la Iglesia y del mundo”. Juan Pablo II lo consideró “Doctor de la humanidad”, por su apertura a recibir los valores humanos de todas las culturas. Benedicto XVI señalaba que incluso hoy, con más de 700 años de distancia, podemos hoy aprender de santo Tomás porque sigue siendo “maestro de vida también ahora”. Mientras que el Papa Francisco, por su parte, lo ha propuesto a los jóvenes como modelo por haber puesto “la inteligencia y voluntad al servicio del Evangelio”.

Nuestro monje era un hombre corpulento y reflexivo, de una familia noble de doble ascendencia normanda e italiana establecida en Nápoles durante la Edad Media. Su vocación como fraile dominico estuvo marcada por el estudio y meditación de la verdad, la enseñanza y la predicación, después de la incomprensión inicial de su familia, que le acarreó, como se muestra gráficamente en el comic de Historias del buey mudo, más de un disgusto con su familia, que esperaba de él grandes cargos y honores como señor feudal. A pesar de su gran tamaño y de sus atractivos rasgos, poseía una personalidad tranquila y dada a la reflexión que le hacía pasar desapercibido entre sus compañeros de estudio y de hábito. Su gran capacidad intelectual, en cambio, hizo que despuntara como lo que luego llegó a ser, una gran lumbrera del pensamiento teológico y filosófico. Por su gran sabiduría y cercanía humana, fue consejero de papas y reyes, discutió con profesores de las mejores universidades europeas y orientó a sus jóvenes hermanos de comunidad. Santo Tomás, que solo vivió 49 años, fue autor de más de 60 obras de inigualable profundidad, entre las que sobresalen sus comentarios bíblicos y su interpretación de las obras de Aristóteles.

Destaca en Tomás de Aquino la extraordinaria obra intelectual que llevó a cabo, en la que se unen armoniosamente el paganismo clásico de griegos y romanos con el cristianismo antiguo de los padres de la Iglesia, por lo que se le conoce por su síntesis armoniosa entre fe y razón. A pesar de su gran obra intelectual, precisa y objetiva, comparada con una catedral gótica, no debemos olvidar que Tomás fue un hombre de carne y hueso, con una vida concreta, familia, estudios superiores y profesión; una vida en que le tocó enfrentar numerosas contradicciones y oposiciones, superadas sólo por su gran amor y compromiso con la verdad.

Nuestra época es de convulsiones, búsquedas más o menos acertadas, luchas, pasos acertados y desacertados, cambios, etc. Esto reafirma que mientras el hombre sea hombre, está en “estado de camino” o, como decían los medievales, en estado viatore. Somos seres dinámicos llamados a crecer en todas las dimensiones de nuestro ser personal, para lo cual debemos poner en juego ese gran don que implica un riesgo: la libertad. Libertad con la que podemos alcanzar las más maravillosas cimas de perfección –natural y, con la ayuda de la gracia, también sobrenatural- pero también los más bajos pozos de vergüenza y decrepitud. Lo que somos y lo que estamos llamados a ser como personas humanas, con los obstáculos y ayudas para lograrlo, son objeto de la preciosa reflexión de Santo Tomás. Nunca el hombre renunciará a su deseo de felicidad ni de plenitud. Tampoco al esfuerzo propio de ese camino. Por eso sigue teniendo valor y actualidad la doctrina del Aquinate o doctor Angélico, como se le conoce en ámbitos filosóficos.

De manera especial es muy valioso todo lo que hace referencia a la “verdad del hombre”, en concreto, su acertada visión del ser humano, su constitución corpóreo espiritual, su destino sobrenatural pero firmemente arraigado en bases naturales correctamente ordenadas y orientadas, la necesaria búsqueda de unidad y armonía interna entre todas las fuerzas vitales que confirman la necesidad de que la recta razón oriente la vida hacia los verdaderos fines, conocidos y discernidos gracias a la capacidad intelectual, y libremente escogidos por la voluntad, además de la centralidad de habituar correctamente nuestras potencias a su verdadero fin a través de los hábitos perfectivos o virtudes, que no sólo contrarrestan cierta debilidad inherente a nuestra naturaleza caída sino que, a la vez, la perfeccionan para acercarse a su fin de manera fácil, pronta y alegre.

La riqueza antropológica de la doctrina tomista -y la metafísica que subyace a la misma- es un gran tesoro para toda la humanidad, no sólo para los filósofos o los historiadores amantes de la Edad Media. Cosa que, por cierto, se ha puesto en evidencia de nuevo en el Congreso Internacional de Filosofía tomista, en su tercera versión, organizado por el Centro de Estudios Tomistas de la UST, y que ha congregado en Santiago durante la tercera semana de julio, a connotados y brillantes tomistas de todo el mundo, en número cercano a 200. Pero además lo es de manera aún más especial para quienes estamos vinculados a este gran hombre en esta institución que se acoge a su patrocinio.

Tomás de Aquino simboliza, con su propia vida, nuestros valores institucionales más profundos: el irrenunciable valor de la persona humana, el amor a la verdad, el valor del estudio disciplinado, el trabajo bien hecho, la excelencia como perfeccionamiento de nuestras capacidades a través de la superación, la fraternidad entre todos y la vocación de servicio.

Porque, como el mismo Tomás de Aquino enseña, sólo se ama lo que se conoce, y mientras más se conoce más se ama; esperamos que esta instancia nos ayude a conocer más a nuestro patrón, para poder así apreciar mejor el inmenso tesoro que poseemos.