Salud mental y vida espiritual, ¿correlacionados?

Como Santo Tomás contamos con una inspiración tomista que también nos orienta a la hora de abordar la salud integral de cada persona: desde su antropología y dimensión espiritual.

Esta inspiración en el pensamiento y antropología de Santo Tomás, marcan las líneas maestras de nuestro quehacer: principalmente orientado a la formacdeión y educación y a su aporte al bien común. De hecho, a Santo Tomás se le ha conferido el título de doctor humanitatis, es decir, “doctor en humanidad”: experto en lo que es esencial al ser humano en cuanto persona humana, y, por lo tanto, su visión antropológica conserva aún hoy, también para nosotros, líneas de orientación para afrontar mejor el trato del ser humano y la manera de apoyarlo en el logro de su propia finalidad.

Veamos ahora, en primer lugar, algunas de las dimensiones propias de su espiritualidad, dejando para después las antropológicas.

Dentro de la creación visible, el ser humano es un microcosmos que se sitúa en la cúspide de la creación visible y en la parte más baja de la creación invisible (“como un cierto confín”[1]). Es decir: somos creados por Dios, que nos regala el ser y nos mantiene en él; nos ha creado a su imagen y semejanza. Esto indica simultáneamente un origen y una finalidad: hemos sido creados por amor y para el amor (Dios no nos necesitaba para existir y nos da el ser y la existencia como plenitud de amor y para que participemos en ese amor).

En cada uno existe una dimensión espiritual que se activa en el ejercicio intelectual, integrado con lo afectivo, en tanto que sale de sí mismo para conocer e interactuar con realidades dotadas de sentido, y, por lo mismo, a través de la interacción con otros sujetos personales con quienes nos relacionamos y que nos ayudan a tener mayor conciencia de lo que somos y de lo que estamos llamados a ser junto a ellos. Por eso la búsqueda del sentido total y completo existe en nosotros desde el despertar de la conciencia, y encuentra en Dios, como la máxima expresión de la Persona, su respuesta más plena. Somos capax Dei, capaces de Dios (dice San Agustín). Dios es Aquella Persona perfectísima y dotada de Sentido pleno, con Quien podemos entablar una relación personal de amistad, que nos ha manifestado su amor y su promesa de incondicional entrega siempre que libremente la aceptemos.

Jesucristo es la revelación de ese Amor y de su promesa y la relación con Él se nos posibilita a través del contacto personal -lectura de su Palabra, oración -y también a través de los cauces que Él quiso dejar a la humanidad a través de la Iglesia, que son los sacramentos.

Esta dimensión espiritual encuentra de esta manera una expresión en la religión, que, en nuestra institución, se concreta desde sus inicios de manera privilegiada en el cristianismo católico, por la inspiración en Santo Tomás de Aquino. El núcleo de la vivencia cristiana es saberse amado y salvado por Cristo Dios, lo cual genera en la persona una progresiva transformación interior por el camino de la fe, la esperanza y la caridad. Al ser este un amor incondicional -no nos ama porque seamos buenos, ni porque hayamos hecho méritos, sino por su pura Bondad y deseo de comunicarse-, que nunca falla y que siempre perdona, es una fuente de confianza y seguridad y, por tanto, de crecimiento interior impensable, dada nuestra naturaleza limitada y llena de debilidades.

Descubrir este Amor y corresponderle es uno de los grandes objetivos de la vivencia religiosa. Este amor, además, en el misterio pascual de Cristo se ha manifestado en una entrega total hasta la muerte abrazándose a tremendos sufrimientos y dolores. Dios, al hacerse uno de nosotros y sufrir como nosotros, nos acompaña también en el sufrimiento. Pero no como un consuelo estéril, sino lleno de esperanza, porque su entrega ha desembocado en la victoria del pecado y de la muerte, y eso es fuente de una esperanza que va más allá pero que, a la vez, ilumina y da fuerzas para vivir con alegría y empeño el más acá.

Esta dimensión espiritual religiosa transcendente imprime una característica especial a la búsqueda humana de la felicidad, al poner de relieve nuestra condición de peregrinos y viadores en esta vida. Eso hace que la felicidad plena (la plena posesión del Bien Supremo en la que descansan nuestras valencias de felicidad e integra todas nuestras dimensiones) no se pueda lograr perfectamente en esta vida sino sólo de manera incoada -iniciada. Por eso el esfuerzo, la superación y la vivencia de “camino” son inherente a toda vida humana. Asumir esto da realismo a las vivencias diarias y evita decepciones innecesarias (virtud de esperanza y fortaleza) al vivir las caídas o fracasos como parte del proceso – vía.

Como microcosmos cada persona posee un ser personal encarnado o materializado, es decir, cada uno de nosotros somos una unidad pisco -somática -espiritual, constituida de manera esencial por una dimensión corpórea y otra incorpórea con diversos niveles de desarrollo.

La persona se caracteriza por ser un individuo único y original de naturaleza racional o espiritual; con conciencia de sí mismo como un yo o sujeto protagonista de su vida en interacción con otras personas, cuyos actos tienen un peso moral y una responsabilidad en tanto que son o pueden ser libres; “hecho” para la vida en sociedad y para la comunicación interpersonal cuyo resultado depende en buena parte de sus actos y también de las circunstancias que le rodean. La razón profunda de esto es que existe un núcleo íntimo de libertad personal (cada uno es dueño de su vida) frente el influjo de la sociedad y la educación, aunque a veces aparezcan como determinantes y difíciles de revertir.

Dado que tal influjo se vive en ocasiones como si nos condicionara, esto dificulta activar el núcleo profundo de libertad personal. La formación de la conciencia y de la capacidad de discernir para distinguir el bien y el mal moral, es fundamental (a cuyo servicio de ordena el pensamiento crítico). Igualmente es crucial fortalecer la voluntad para que pueda responder con firmeza a las adversidades que se presenten en el camino de la búsqueda de la plenitud personal (así como la apertura a la gracia desde la mirada sobrenatural).

Cada persona somos un ser único e irrepetible, con dignidad y valor que nos hace fines en sí mismos, nunca medios. Ese valor también nos confiere una gran responsabilidad de cara a nuestras decisiones y a nuestra vida y a la de quienes nos rodean.

Lo propio de nuestro ser psico- físico y espiritual lo veremos más adelante. Pero lo visto hasta aquí muestra que esta visión de Tomás de Aquino es fecunda, como un manantial a nuestra disposición que nos abre muchas puertas y del que nos invita a beber inspirando nuestra vida y nuestra labor educativa, 700 años después de su canonización.

 

 

 

[1] “Estando el hombre constituido de naturaleza espiritual y corporal, como cierto confín, y teniendo ambas naturalezas […]” (Tomás de Aquino, Suma contra Gentiles, libro 4, cap. 55).