Una vez más, la cruda realidad que acecha a nuestros niños nos toma por los hombros, nos remece y nos hace preguntarnos ¿Qué estamos haciendo mal como sociedad, como seres humanos?

La violencia en sus múltiples formas se ha vuelto parte de la vida cotidiana, dentro de una sociedad que contempla con un dejo de letargo y por qué no decirlo, con una  tolerancia muchas veces mal entendida que nos está  redireccionando a tolerar lo intolerable. En efecto, al parecer estamos haciendo tabla rasa de lo que debe ser intolerable per se de acuerdo con los principios y valores de la ley natural.

¿Dónde está el límite? ¿Quién dice basta? Nuestra sociedad está viendo pasar como algo lejano a aquellos pequeños cuyo llanto se ahoga en su garganta y a los que ni siquiera tuvieron la oportunidad de llorar por primera vez.

Como siempre, el engranaje social y legal comienza lentamente a funcionar deplorando y rasgando vestiduras cuando un hecho con ribetes altamente reprochables ha sucedido.

Sin embargo, muchas otras situaciones y hechos cotidianos quedan en el silencio, pasando sin ser advertidos o simplemente quedando envueltos en una justificación de “sociedad moderna”, donde otros actores sociales, distintos a los padres y a la familia, definen qué y cómo formarlos, lo cual finalmente los va tornando con el tiempo más vulnerables que fuertes.

¿Cómo están siendo protegidos los niños?

Que nuestros niños y niñas estén protegidos depende únicamente de que no se tolere ni se deje pasar la omisión, el no hacer, el voltear la mirada, la falta de formación en valores a los futuros padres.

No es fácil la respuesta, pero es obligación de quienes queremos un mundo mejor para las generaciones. Solo hay que recordar una cosa que no está en discusión, que hemos aprendido desde niños, en casa, en el colegio,  en los cuentos infantiles, incluso en las historietas de nuestros superhéroes: para que el mal triunfe solo basta que los buenos no hagan nada.