La lactancia materna ha sobrevivido a lo largo del tiempo como la mejor alternativa para el bebé, y a pesar de los avances tecnológicos en relación a la generación de fórmulas lácteas, la leche humana sigue siendo insustituible como un fluido que entrega mucho más que nutrición para el desarrollo del bebé: también potencia tanto la salud física como emocional no sólo mientras se es niño, sino que a lo largo de toda la vida.

El acto de amamantar genera un vínculo único entre la madre y el bebé, el que ha demostrado ser esencial para un adecuado desarrollo emocional y sicológico del niño. A través de este acto se le brinda confianza y seguridad, lo que potencia la independencia y autonomía del niño y sienta una base para futuras relaciones.

Como una maravilla de la naturaleza, la leche materna va variando su composición a medida que el niño crece e incluso cambia mientras el niño amamanta. Por ejemplo, al inicio de la mamada el niño recibe una leche con menos contenido graso el cual va aumentando a medida que el niño succiona, lo que favorece la sensación de saciedad. Esta es una de las razones por las que se recomienda que el niño amamante hasta el vaciamiento de la mama, de manera que quede saciado y así el bebé pueda también ir entrenando la regulación del mecanismo hambre-saciedad, que muy probablemente le ayudará en el futuro a regular la ingesta de alimentos.

La lactancia supone un esfuerzo no menor por parte de la madre; sin embargo, este costo muchísimas veces es superado por los beneficios que obtiene la madre al amamantar, como una recuperación más pronta luego del parto, mayor facilidad para la recuperación del peso y además con una reducción importante del riesgo de sufrir cáncer de mama y ovario. La satisfacción de conectar física y emocionalmente con los hijos, además de contribuir a su salud y nutrición, también entrega a las madres una importante sensación de seguridad y logro personal, lo que potencia las habilidades parentales fortaleciendo a las familias.

Si miramos al futuro, podemos decir que la evidencia nos ha mostrado a través del tiempo que aquellas personas alimentadas con leche materna tienen menos probabilidad de desarrollar a futuro una larga lista de afecciones, como problemas gastrointestinales, obesidad y diabetes. Además, como una muestra más de las bondades de este alimento, los adultos amamantados rinden mejor en pruebas de inteligencia y habilidades cognitivas, favoreciendo el razonamiento lógico y la resolución de problemas. Esto claramente beneficia no sólo al individuo, sino que a la sociedad entera, contribuyendo a sociedades más saludables, productivas y emocionalmente más estables. Esto a su vez, potencia la economía y el desarrollo del país.

La lactancia es un proceso natural y ecológico que no genera desperdicios ni contaminación, por lo tanto, no contribuye considerablemente a la huella de carbono ni al agotamiento de recursos naturales. Es un recurso renovable y de alta disponibilidad para el bebé.

El amamantamiento es una práctica milenaria que ha sido y sigue siendo revalidada por la ciencia, no ha logrado ser alcanzada por la tecnología, es un acto de amor y un regalo para madre, hijo, familia, sociedad y medio ambiente; de todos nosotros depende protegerla y fomentarla para nutrir así un mejor futuro.