La Familia: “Una Institución de amor generadora de resiliencia”

La familia, Institución cultural que ha presentado diversas modificaciones en los componentes de su estructura y también de sus funciones a lo largo de la historia, es depositaria de las enseñanzas y aprendizajes más trascendentes que la persona tiene desde su formación inicial.

Si bien es cierto hablar de familia como Institución formadora y socializadora por excelencia, despierta un debate interesante por sus innumerables aristas, en esta instancia quiero detenerme en una reflexión que trasciende los límites del tiempo en la evolución del concepto, esta reflexión guarda relación con visualizar a la familia como un enclave de protección, de respeto, de amor, de inclusión, de aceptación, de diversidad, que trae como fruto la autoconfianza en niños y jóvenes. Bien sabemos que la confianza es clave en la generación de los vínculos más profundos que posibilitan a los seres humanos establecer relaciones armoniosas con ellos mismos y con sus entornos.

Lo anterior es un complejo desafío, ya que en la conformación de la familia los integrantes que la componen no han pasado por una “escuela de familias”, y son precisamente las pautas recibidas en experiencias previas las que se van aplicando en la ejecución de los roles al interior de esta Institución. Por lo demás en un contexto de diversidad en los tipos de familias, producto de la modernidad y del ingreso de la mujer al mundo laboral, entre otros fenómenos sociales, sumado a la gran heterogeneidad y desigualdad que presentan sociedades como las nuestras, es tarea no fácil, transitar de un modelo de familia tradicionalmente autoritaria, a un modelo de familia promotora de aprendizajes para la vida, en cuyo seno se promueva el dialogo, la confianza, el buen trato, y la generación de límites, a través de la autoridad del amor.

“Solo tú puedes hacer que la vida de un niño o niña cambie para siempre. Apóyalo, quiérelo y ayúdalo a crecer”, con esta significativa frase de Victoria Cabrera, especialista colombiana en Educación y Familia, se refleja como la familia bajo los nuevos paradigmas, es vista como una “Institución de amor”, y que puede irse posicionando en un enclave de confianza para cada uno de sus miembros, principalmente de sus hijos, y con ello ser un relevante agente de resiliencia para ellos.

La resiliencia entendida como la capacidad en el ser humano para sobreponerse a la adversidad, cuya analogía más célebre es la del Ave Fénix, ave que renace fortalecido de sus cenizas, es una capacidad maravillosa del ser humano que puede ser aprendida, y que mejor si se hace desde la familia misma.

Frente a lo anterior, la pregunta que corresponde hacernos es, ¿Cómo lo logramos?, si bien es cierto en todos los procesos formativos tanto formales, como aquellos que no lo son, no existen recetas predefinidas, pues evidentemente el reconocimiento de la naturaleza diversa de cada ser humano hace que precisamente este proceso se amplíe en las concepciones tradicionales que teníamos sobre el proceso de educar. Hoy día, gracias a los aportes de la neurociencia, sabemos que no hay dos cerebros iguales, por tanto, cada persona es un universo distinto.

Frente al escenario descrito, las claves parecen estar dadas en el conocimiento de cada uno de los integrantes del grupo familiar, para ello es muy importante que el primer grupo de personas frente al cual el niño y la niña comienzan a identificarse y a definirse como un ser único, con capacidades para amar, escuchar, respetar, crear y ser inmensamente valorado y querido, es de vital importancia. La reciprocidad de los padres y de los hijos en la expresión de emociones positivas, es una experiencia que contiene una gran riqueza en las bases de la autoestima de nuestros hijos. El atrevernos a dialogar como padres de temas que tradicionalmente son considerados complejos es una importante puerta de entrada para transitar del clásico rol disciplinario a un rol más formativo e integral.

La educación al interior de la familia debe ser un reflejo de una preparación para la Vida, por tanto, que relevante es que las situaciones cotidianas que se vivencian al interior de ella sean consideradas como oportunidades de aprendizaje para cada uno de sus integrantes. Un ejemplo concreto son las discusiones, los desacuerdos, en donde se pueda utilizar el diálogo, la escucha de los diferentes puntos de vista de nuestros hijos, hacer que expresen sus emociones, para luego reflexionar con ellos, y llegar a acuerdos. Para lo anterior se requiere que los padres también hayan recorrido un camino reflexivo al autoconocimiento, y que tengan la plena conciencia de los impactos que trae consigo educar en los fundamentos del amor. Bajo el prisma de este principio cada uno de nosotros tiene un rol importante que aportar.

En este nuevo paradigma, en donde la familia es considerada una “Institución de amor”, esta también adquiere un rol protagónico en la transformación de las sociedades, al instalar competencias para el aprendizaje de la vida misma, con personas cuyo caudal personal y valórico van a contribuir en la construcción de una sociedad que es capaz de escucharse, de reconocerse, de valorarse en su diversidad. Uno de los desafíos del siglo XXI será contar con una sociedad cuyos integrantes se sientan “parte de” y no “fuera de”, para enfrentar los desafíos a través del dialogo, y la resolución creativa de los conflictos y tensiones a las cuales se enfrentan las sociedades postmodernas.

Nos ha costado como sociedad llegar a concluir lo relevante que es el “amor” en la generación de resiliencia, tanto en la Institución de la familia, como en todas las instancias socializadoras en donde interactuamos. Le hemos restado mérito al considerarlo un concepto poco científico. Hogaño gracias a todos los adelantos en acabados estudios sobre el cerebro humano, tenemos ciencia suficiente como para afirmar que cada vez que sonreímos a nuestros hijos, valoramos sus esfuerzos, los escuchamos, y ponemos límites con una fundamentación amorosa, estamos contribuyendo a crear una sociedad más sana con mejores oportunidades para soñar y crear.

Boris Cyrulnick, uno de los ms grandes estudiosos sobre resiliencia, sostiene que esta maravilla de la naturaleza humana, que le permite volver a levantarse, después de cada caída, requiere de una importante condición; que la persona haya sido, al menos una vez, profundamente amada.