El Diagnóstico del Trastorno del Espectro Autista (TEA) en Personas Adultas: “Un Desafío en Virtud de la Inclusión”

Actualmente, y a diario, escuchamos y leemos que los trastornos del espectro autista (TEA) tienen una y alta prevalencia en el mundo. En Chile, según un estudio realizado en comunas de la región metropolitana, 1 de cada 51 niños pueden ser potencialmente diagnosticados con esta condición (Yáñez et al, 2021).  Lo anterior sugiere que los profesionales cuentan con mayores antecedentes respecto a esta condición, y logran identificar señales de alerta temprana, como también que las familias están más sensibles a conductas que consideran “no típicas” del desarrollo infantil y eso permitiría un abordaje precoz; pero, ¿Qué ocurre con las personas adultas que posiblemente nunca recibieron un diagnóstico oportuno y recién en la adultez evidenciaron conductas atribuibles a esta condición?

Los TEA se definen como “trastornos del neurodesarrollo que se caracterizan por las deficiencias persistentes en la comunicación social e interacción en diversos contextos, y los patrones restrictivos y repetitivos de comportamiento, intereses o actividades” (DSM5, APA 2013), criterios que, en la forma leve del TEA,  recién pueden ser  identificables y motivo de consulta  en la edad adulta del curso de vida, cuando las demandas comunicativas y sociales sobrepasan la capacidad de la persona para manejarlos en el contexto en que se desenvuelven.

Es frecuente que otras condiciones de salud, como el déficit atencional, trastornos depresivos, ansiosos y obsesivos, sean la etiqueta diagnostica que posiblemente “encubran” al TEA cuando este no ha sido diagnosticado en la infancia, por lo tanto, para establecer el diagnóstico correcto en la edad adulta, se debe indagar en la historia de vida, en aspectos médicos, emocionales, de comportamiento y cognitivos, entre otros. Este proceso debe ser liderado por profesionales competentes, los que siempre deben considerar un análisis desde un modelo biopsicosocial, tanto en la valoración diagnóstica como en las posibles orientaciones terapéuticas que requerirá el usuario, por ello, es imprescindible considerar el autoreporte de la persona y la información de terceros (familia, amigos, colegas), como grandes aportes en el proceso de abordaje.

Dentro de las características que presentan las personas a las cuales se les realiza el diagnóstico en la edad adulta, destaca una conducta que puede denominarse, coloquialmente, como “extravagante o en ocasiones extraña”, una línea melódica del habla (prosodia o entonación) que los distingue,  obsesión por temáticas en las cuales tienen un excesivo interés, pero son poco funcionales al contexto, baja tolerancia a la frustración, dificultades para participar adecuadamente de conversaciones y para mantener relaciones, por ejemplo. Lo anterior, en los casos en que la persona tiene un adecuado nivel cognitivo, trae consigo un mayor estrés o estado de tensión, propiciando también otras condiciones negativas asociadas a la salud mental, estrés y tensión en la mayoría de los contextos sociales en los que se enfrentan a diario.

Es necesario y pertinente que día a día  la sociedad se informe y sensibilice  respecto a esta condición en la vida adulta, que inicialmente todos nosotros podamos  identificar características que se asocian al TEA,  de esa forma sabremos  actuar con respeto, tolerancia y empatía,  podremos hacer ajustes en virtud de la funcionalidad comunicativa, y que, en un futuro ojalá no tan lejano, logremos impactar  positivamente en la relaciones sociales, en  posibilidades de educación superior, en el empleo;  en resumen, en el fomento  a los principios de  autonomía y vida independiente, en una mejor calidad de vida y participación activa, lo que constituye un pilar fundamental de una sociedad inclusiva, como la que pretendemos y debemos ser.