La filosofía es la actividad más genuinamente humana que realizamos. Podría utilizar todo este espacio para hacer una apología de la filosofía apelando a las tantas utilidades que esta tiene para nuestra vida. Pero lo cierto es que cualquier utilidad que le encontremos, no es suficiente para explicar por qué la filosofía surgió como disciplina hace más de 2000 años en Occidente, y sigue realizándose hasta el día de hoy, a pesar de que, con todo el esfuerzo que se ha puesto en ella, parece no dar nunca con una respuesta firme y segura acerca de objeto.

Y es que preguntar acerca del porqué de la filosofía no es sino preguntar el porqué de la razón misma, es decir, de aquello que Aristóteles ya señalaba como la facultad propia y exclusiva del hombre, su érgon. ¿Por qué somos seres racionales? No lo sabemos, pero sí sabemos que lo somos, y, en ese nuestro ser racional, nos relacionamos con le mundo de una manera única: cuestionándolo.

El ser humano no sólo está en el mundo –como el resto de los entes–, sino que, en ese estar, inevitablemente, se pregunta por el porqué de este y de su estar en él. Y, tratando de dar una respuesta a estas interrogantes, pone en marcha su actividad propia. Se esfuerza por aprehenderlo desde la expresión artística, pero también desde su pura intelectualidad, proponiendo métodos, herramientas y teorías; en definitiva, hace surgir a la ciencia.

Así, la filosofía es la actividad que nos muestra de manera más pura lo que somos, nuestra esencia. Su preguntar no es un preguntar acerca de un ente (o cualidad de este) en específico, sino que su pregunta cubre la totalidad de lo real, e, incluso, intenta extenderse más allá. Por eso, la filosofía no es un mero producto que puede plasmarse en libros para llenar una biblioteca, sino que es, ante todo, una actividad; pues, tal como dijo el filósofo chileno Jorge Eduardo Rivera, “El preguntar es ‘la’ cosa de la filosofía, es la filosofía misma.” Y esa energía cuestionadora, exclusiva del ser humano, pero común a toda la humanidad, es el motor de arranque de aquella realidad que el hombre construye para sí mismo, la cultura.

Por tanto, podemos renegar de la filosofía, mirarla con rechazo, declarar su inutilidad para la vida o, incluso, acusarla, quizás, con razón, de elitista; pero nunca podremos dejar de practicarla, porque es parte de nuestra esencia.

Es por esto que, en un esfuerzo por reconocer el valor de esta disciplina, desde el 2005, la UNESCO celebra el Día de la Filosofía cada año el tercer jueves de noviembre.

Así, en este día, les invito a reflexionar acerca de la importancia de la filosofía no sólo respecto de su utilidad, sino también desde su ser inherente a nosotros; y, desde ahí, apropiarse de ella hoy y cada día.

 

Gabriela Olmo Obilinovic

Académica Formación e Identidad

Santo Tomás Sede Iquique