Papa Francisco: un faro en medio de estos tiempos interesantes

El pasado lunes 13 de marzo se cumplieron diez años de la elección del jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio como el papa Francisco, el primer sumo pontífice oriundo de América y del hemisferio sur. Desde entonces, se encargó de enviar mensajes claros y contundentes respecto de cuáles serían los énfasis de su tarea pastoral. La misericordia, la alegría en la promoción del evangelio, la búsqueda de la fraternidad y de la paz mundial, así como el diálogo interreligioso han sido dimensiones claves de su quehacer.

No han sido años sencillos. Como dice un conocido proverbio chino, ha debido lidiar con tiempos interesantes, marcados por guerras, tensiones bélicas permanentes, recrudecimiento de regímenes dictatoriales, una pandemia inédita en su desarrollo, además de un permanente deterioro de los vínculos sociales y un creciente desdén por la persona humana.

Francisco, ha comprendido los tiempos turbulentos en que estamos inmersos y no ha escatimado al momento de asumir un rol de referente acorde a los desafíos que enfrentamos, dando por doquier señales de la necesidad de modificar el modo en que estamos viviendo y las formas en que nos relacionamos.

Son múltiples las postales que dejan en evidencia ese interés. Cómo olvidar cuando en jueves Santo de 2013, celebró la Misa con jóvenes reclusos en el Centro Casal del Marmo, ocasión en que, como parte de la celebración, lavó los pies de doce esos jóvenes. O cuando en ocasión de su cumpleaños 77, invitó a cuatro personas sin hogar a que asistieran a la misa que celebra cada mañana en la residencia de Santa Marta y posteriormente a desayunar en su compañía. Pero tampoco podemos olvidar cuando asumió su rol frente a temáticas menos cómodas y desestimó la teoría economía del derrame, planteando que la pandemia había demostrado que las políticas de libre mercado del capitalismo no pueden resolver todas las necesidades más graves de la humanidad. O cuando frente a críticas respecto a los puentes que tendía con otras religiones, dijo, sin más: “Nadie es extranjero a la iglesia. ¡Somos un solo Pueblo santo de Dios enriquecido por muchos pueblos!”

Precisamente, en la mayoría de sus escritos, apunta al sentido último de la humanidad: el mandato evangélico del amor que se construye desde la justicia, la armonía universal, la necesidad de saber escuchar el clamor de los otros, lo que implica vivir continuamente aprendiendo de los demás. En reiteradas ocasiones nos invita a una nueva cultura del encuentro, a desestimar las fronteras y a ver a los demás como otros legítimos.

En mundo dominado por apariencias frágiles, uno de los elementos que mayor fuerza otorgan a la figura del papa Bergoglio es su capacidad para ofrecerse como alguien transparente, coherente y cercano, como un padre, una madre o un abuelo que se siente a conversar espontáneamente a nuestra mesa. Esa característica lo ha vuelto un líder incuestionable, alguien capaz de cosechar buenas voluntades en la Plaza de la Revolución en la Habana, así como en el Congreso americano.

Solo Dios sabe qué le espera a él y a la Iglesia en los próximos años. De algo podemos estar seguros, ha asumido como pocos el rol de faro en medio de la niebla de estos tiempos interesantes y turbulentos.

Por René Araya, coordinador VcM y Hugo Fernández, director Formación e Identidad.