Por una atención primaria universal

Por años la ciudadanía ha concebido a la salud pública como una salud para pobres, indigna, con esperas angustiosas, falta de calidad y que no resuelve sus problemas. Paradójicamente, en estos mismos años, el sistema público chileno ha sido reconocido a nivel internacional por resultados en indicadores como expectativa de vida, cobertura y eficiencia del gasto.

¿Por qué este desacople entre los logros obtenidos y la percepción de la población? Se han esgrimido diversas explicaciones, desde el desprestigio que ha acompañado a la salud pública en medios de comunicación versus la propaganda de las bondades del modelo privado, hasta reconocer que en el sistema público no logramos avanzar en equidad y dignidad, como las personas legítimamente exigen, con las reglas impuestas al Estado en el modelo económico neoliberal e individualista, donde cada uno defiende sus propios intereses. Nuestro sistema público en los últimos 30 años ha ido superando precariedades (la realidad de la red pública al final de la dictadura era muy distinta), ha avanzado en mejores condiciones para trabajadores/as del sector, en eficiencia, calidad e infraestructura, instalando estándares y tecnologías del más alto nivel. No ha sido suficiente.

Crecer en atención medicalizada no es suficiente, si dejamos a personas esperando. Esperar una atención hospitalaria es sinónimo de angustia y desamparo y muchos la viven (dos millones de personas a septiembre de 2019 según cifras oficiales). La falta de empatía, tiempo de escucha y compasión, en un momento de máxima vulnerabilidad no es digna. Quien espera debe estar protegido de mayores riesgos, contar con una mano amable, que lo acoja, apoye y acompañe.

Esta mano debe ser la Atención Primaria Universal, a cargo de la población en su territorio, cautelando la continuidad de los cuidados, educando, empatizando e interviniendo sobre los determinantes sociales que afectan la salud de esa población.

Esta Atención Primaria Universal deberá estar disponible para todos y todas, ricos y pobres, en el campo y en la ciudad, para civiles y uniformados, sin discriminaciones de ningún tipo, resolutiva y pertinente, con financiamiento suficiente y transversal. Deberá ser un motor de cohesión social, lugar de encuentro para la prevención y promoción, con participación vinculante de personas y comunidades.

Enfrentar este momento histórico, con decisión, para construir un modelo de desarrollo de sociedad justa y equitativa, partiendo por la atención primaria, es algo que le debemos a quienes han esperado por tanto tiempo. Los buenos indicadores deben transformarse en una mejora del bienestar de las personas, para que la buena salud sea efectivamente un derecho de todos y todas.