El Banco Central ha sido categórico al afirmar que el año 2017 se aprecia débil en su crecimiento económico.

Si bien las proyecciones apuntan a un PIB creciendo en torno al 1,5% – 2,5%  para el siguiente año, algo sobre lo proyectado para este 2016 de sólo 1,5%, nada nos permite augurar que finalmente nuestra economía crezca sobre el 2%.

De altas tasas de crecimiento mostradas por nuestra economía hasta principios de esta década, la desaceleración no ha sido un evento aislado con rápida recuperación, sino más bien ha sido un fuerte descenso y luego un largo período de magras tasas. Por lo mismo, las cifras de crecimiento tienden a reflejarse mejor con una letra “L” que con una “V”, ya que frente a la caída de la tasa de crecimiento la economía no ha logrado recuperarse, manteniendo proyecciones relativamente parejas para los próximos años.

Las razones que explican tal situación no se suscriben exclusivamente al precio del cobre, sino a las medidas que se han tomado tales como las reformas que se iniciaron hace un par de años. El problema radica en que tales reformas apuntaban a apoyar una serie de medidas y políticas sociales, siempre en un contexto de mayor crecimiento, lo que hoy no acontece. A lo anterior se suma que en contextos de menor crecimiento todos quienes vivimos en la economía nos vemos afectados directa o indirectamente, incluso también los beneficiados de tales políticas.

En las circunstancias actuales, la mejor política social es el crecimiento económico, el que ha demostrado generar oportunidades ciertas de movilidad social y beneficios en todas las áreas. Probablemente los candidatos presidenciales centren sus programas de gobierno en mejorar en este aspecto, ya que de no repuntar las tasas de crecimiento para fines de esta década Chile se transformará en un país incapaz de satisfacer adecuadamente las demandas sociales de sus ciudadanos.