Sorpresivo fue el reciente triunfo de Trump. Muchos sostienen tal victoria en su capacidad de haber detectado las verdaderas aspiraciones del ciudadano, sobre todo de aquellos que habitan lo que hoy se tiende a simplificar como la “américa profunda”. Pero este concepto, está lejos de asociarse exclusivamente a los estados de la Unión con mayor precariedad económica o cultural, sino que obedece a provocar en los electores la manifestación de sus frustraciones más profundas.

El desarrollo social-económico trajo consigo la miopía de suponer que todos los habitantes evolucionan con el progreso de manera íntegra. A mi entender, en cada uno de nosotros habitan dos caras, un perfil más público, normativo, ético, moral y correcto, un lado “más evolucionado” e influenciado por la cultura, y otro perfil con nuestros deseos y frustraciones, más agresivo, buscador del placer, “políticamente incorrecto”,  que nos conecta con nuestras gratificaciones y nuestros propios beneficios. Todos podemos manifestarnos a favor de los procesos migratorios, de la igualdad de género, del respeto a las minorías, podemos señalar que nos gusta el cine arte, el sushi, en fin, todo lo que se aprecia como “bien”, como elementos de la cultura contemporánea, pero finalmente, y por momentos, nos rendimos a esa realidad estructurante, y manifestamos comentarios xenófobos, racistas, homofóbicos o misóginos. Terminamos optando por una película de acción, por la pornografía de la televisión de farándula, acabamos comiendo un completo. Quizás ambas caras se contradicen, se disgustan pero finalmente terminan conviviendo, como se aprecia en Narciso y Goldmundo en la novela de Hermann Hesse, o en el Dr. Bruce Banner y Hulk en la historieta, por poner ejemplos en ambos niveles de mi yo.

Dependiendo del tipo de amenaza, podemos ir equilibrando ambos lados. Frente a encuestas de opinión, podríamos asumir un rol “del deber ser”, pero en la intimidad de nuestro voto electoral, actuamos en función de lo que nos es verdaderamente amenazante. Y si logramos interactuar con más personas que piensan igual, indudablemente tal comportamiento se exacerba.

En tal sentido, no me cabe duda que la campaña electoral de Trump fue inteligente, logró descubrir ese lado de nosotros insatisfecho por el desarrollo social-económico, ese lado avivado por sucesivas insatisfacciones que nos produce la clase política y el empresariado, evidenciado no sólo por lo que apreciamos a diario a través de las noticias, sino que visto incluso en series de televisión tan populares como “House of Cards”, y modelado por líderes como Hillary Clinton.

No me cabe duda que en muchos países aparecerán liderazgos como el de Trump, basados en fuertes nacionalismos que representarán un retroceso cívico importante, como el que hoy apreciamos también en Alemania, Francia e Inglaterra. Sólo en la medida que se aminoren los efectos frustrantes de la sociedad actual podremos evitar que nuestro lado Trump se exprese sobre nuestra amenazada urbanidad.