La vida es amor y sin amor el hombre muere

«Querer es poder», dice el refrán; se trata, en nuestro caso, de un querer lleno de amor, un querer que mueve montañas, crea mundos y destruye los poderes del mal y del infierno, a través de una palabra creadora. Éste es un poder de afecto, amar es “querer”, es una “gana” poderosa (Unamuno), es un deseo activo.

Los hombres sin amor se hallan enfermos, de forma que viven en situación de muerte, sólo si acogen el amor y lo cultivan podrán sanar, vivirán curados.  Por amor nació la vida humana, por amor se cura, como decía Juan de la Cruz. Pero esa medicina será incapaz de curar de verdad, si los hombres no aman.

Con sólo dinero y ciencia los hombres no viven, con sólo soldados y policía se siguen matando, necesitan otra curación, porque la vida es amor y sin amor el hombre muere.

Necesitamos un amor que transforme, el amor «derriba del trono a los poderosos y enaltece a los oprimidos» (Lc 1, 52). Ésta es la palabra del amor que invierte las condiciones sociales, el anuncio de un poder de gracia que se expresa a través de la transformación radical, de tipo ético, sin necesidad de tomar los resortes del Estado, desde la misma raíz de la existencia humana.

Filósofos griegos y escolásticos cristianos pensaron que el amor ha de entenderse desde el ser, en un mundo entendido como un orden, expresado a modo de materia-forma, acto- potencia. Desde esa perspectiva, la potencia significa la capacidad que los seres tienen de realizarse, sea de un modo pasivo (capacidad de ser cambiado), sea de un modo activo (capacidad de actuar y cambiarse).

No “somos” primero y después amamos, sino que amamos y porque amamos somos, por eso  que el amor es el poder originario, el principio del ser y el fundamento de la voluntad. El amor nunca se impone con violencia desde fuera, ni oprime con imposiciones, sino que renuncia a su fuerza y se hace vida compartida y redentora entre pobres, sufrientes y perdidos. Esto significa que es potencia salvadora, en el centro de este mundo no está el mal, ni la caída de Adán, ni la opresión de los que intentan pasar por poderosos, ni la lucha entre las clases; en el centro de la historia está el amor de los hombres y mujeres.

Quien sólo siembra voluntad, no encontrará más que su propia voluntad, por el contrario, quien siembra en amor o, mejor dicho, quien deja que le siembren en amor, cosecha en comunión la vida perdurable.

Hugo Fernández Ibaceta
Director de Formación e Identidad
Santo Tomás Sede Iquique