El inicio del 2020 quedará marcado en todas las páginas de historia como el periodo en que los seres humanos debieron replegarse en sus hogares, para evitar contagiarse de un virus que traspasó las barreras entre especies, causando gran temor y elevados índices de mortalidad en la población humana.

Pero como bióloga, alejada de una visión antropocéntrica, he tenido la oportunidad de observar fenómenos que fueron impensables para el planeta, desde que el ser humano tomó el control sobre todo lo que le rodea.

La ausencia de autos y congestión vehicular en las carreteras y calles de diversas ciudades y pueblos; la detención de la actividad industrial en grandes urbes, con la consiguiente disminución de la contaminación atmosférica; la disminución del ruido causado por la actividad humana durante el día, pero más notorio en la noche, si hay toque de queda; la ausencia de vuelos de pasajeros entre países y continentes, han dado un respiro al planeta, permitiendo que la naturaleza recupere parte del espacio que le pertenece.

Por esto, es fácil maravillarnos al ver animales salvajes deambulando por las calles de cualquier ciudad, sin el temor de ser cazados o atropellados.

Las aguas de Venecia, en Italia, nos mostraron qué tan translucidas pueden ser, permitiendo apreciar la diversidad de fauna marina que albergan, sin el combustible derramado y el movimiento de embarcaciones en sus canales. Los cielos pueden ser vistos con sus diversas tonalidades sin que líneas blancas, reflejo del combustible de los aviones, les atraviesen. Los montes Himalaya pueden ser vistos a más de 400 km de distancia, sin la contaminación que los hace invisibles desde hace años; las estrellas pueden ser observadas en el silencio de la noche; los cantos de los pájaros pueden ser escuchados durante todo el día en medio de las grandes urbes.

Pronto tendremos que enfrentar un reto mayor, que será volver a la actividad normal, con una presión muy fuerte para recuperar la economía mundial, olvidando quizás que esta pandemia fue creada por nuestro accionar irresponsable, por manipular y maltratar a las especies sin ningún tipo de límite ético o moral, o experimentar en el laboratorio con virus y bacterias potencialmente letales, sin mantener las medidas adecuadas de seguridad.

Que estos días de disminución de la actividad humana sobre la mayor parte del planeta, sean momentos para reflexionar sobre lo que queremos para nuestras vidas, las de nuestros adultos mayores, y nuestros descendientes, no solo en el presente, sino en el futuro, pero ojalá pensando en un equilibrio en donde no seamos el centro destructor de lo que nos rodea, sino que nos hagamos parte de un ecosistema al que le debemos respeto, precisamente por nuestro propio bien, el bien de la humanidad.