De manera alarmante hemos visto cómo todos los fenómenos meteorológicos extremos que nuestra generación, del siglo pasado, observábamos en películas de ciencia ficción, son ahora una realidad, sin importar en qué parte del planeta se viva. Si bien, muchas personas afirman que estos son ciclos normales dentro de un planeta cambiante y que no deberíamos ser tan alarmistas, lo cierto es que lo que ocurría en periodos de tiempo geológicos (de miles o millones de años), ocurre en la actualidad en escala de tiempo humana (de unos pocos años o aún dentro de una estación del año), causando graves pérdidas sociales, económicas y ambientales.

Es así como en la actualidad con frecuencia se observan periodos prolongados de mínima o nula precipitación, seguidos por lluvias torrenciales que dejan aluviones e inundaciones a su paso, destruyen represas y hacen revivir cauces de ríos que se creían desaparecidos.

También es común experimentar cambios drásticos en la temperatura promedio de una estación, con grandes granizadas, que semejan nevadas dentro de una estación de verano con más de 40 grados centígrados, en los días más calurosos (como lo vivido en Europa este año). Y cómo no mencionar la ocurrencia de huracanes o tifones, en nivel máximo de destrucción (en Norte y Centro América y Oceanía), mientras que zonas aledañas son arrasadas por el fuego (grandes incendios de Oceanía o Amazonía en este mes).

A nivel local, la sequía que ya se extiende por cinco años en Chile. Ha obligado a decretar Emergencia Agrícola en muchas comunas, cambiando la emergencia hídrica a catástrofe hídrica en las comunas más afectadas del centro norte del país; comunas que aumentarán probablemente en número, considerando el invierno, con niveles mínimos de precipitación, que recién terminó. Lamentablemente, esto generará impactos negativos socio – económicos y ambientales, que se complejizarán a largo plazo, si se suma otro factor como el retroceso de los glaciares, por descongelamiento.

Si bien es cierto que el desarrollo industrial, que partió en la segunda mitad del siglo XIX, basado en la utilización de combustible fósil, fue vital para lograr los avances tecnológicos y económicos existentes en el presente, no deja de ser contradictorio que también sean los causantes de los altos niveles de contaminación actual, por la generación y acumulación en la atmósfera de los gases invernadero y de los subproductos del polietileno en organismos y ecosistemas, que explican el desequilibrio ambiental actual (algo totalmente demostrado por la comunidad científica), y que no puede ser disminuido si las grandes potencias económicas, como Estados Unidos, China o Rusia, se niegan a dejar de emitirlos, para no renunciar a sus proyecciones de crecimiento económico.

Las soluciones que se han planteado para enfrentar este problema hidro-climático a nivel local, muestran estar bastante alejadas de lo que indica la academia, con una visión parcializada que favorece intereses económicos.

Es así como se propone crear una “carretera hídrica”, para traer el agua de los ríos del sur del país, con la mal concebida idea de que en dicha área geográfica de Chile no existen problemas de déficit hídrico, sin revisar los datos de disminución de la precipitación y del volumen de las napas subterráneas en dichas zonas, por la sobre explotación del recurso al permitirse la extracción de agua que superan la capacidad real de los cauces.

Tampoco se aprecia una propuesta de cambio a nivel empresarial, respecto de los cultivos de especies exóticas que más demanda de agua requieren (pinos, eucaliptos, paltas, entre otros), sobre la crianza extensiva de animales en praderas; o sobre los requerimientos del recurso hídrico para extracción minera o de papeleras, lo que ha disminuido el nivel de la reserva de acuíferos del país y contaminado muchos de los causes, que redunda en una deshidratación mayor de los suelos superficiales, con el consiguiente aumento en el riesgo de incendios y pérdida de cauces, como en el río Loa, llevando a peligro de extinción especies de anfibios.

El aumento en la demanda del recurso hídrico, a su vez, ha desencadenado una gran crisis a nivel de los pequeños agricultores que no tienen acceso a fuentes de agua, por carecer de recursos económicos suficientes para comprar derechos de extracción, para un recurso natural que lamentablemente es privado en Chile, tema que el poder legislativo y económico se rehúsan tratar.

La extracción de recursos, sin una política de sustentabilidad a largo plazo, sigue siendo la práctica común en los países en vías de desarrollo o subdesarrollados, incentivados por los países desarrollados, quienes agotaron los que poseían.

Pero quizás es tiempo de que se frene un poco estas ansias de crecer, basados en la economía de consumo, considerando que las generaciones futuras tendrán que enfrentarse a un planeta totalmente contaminado, y con una disminución apreciable de su biodiversidad. Algo que con justa razón ya están reclamando, quedando en evidencia, año a año, el aumento de los conflictos socio ambientales (zonas de sacrificio de Quintero y Ventanas son un claro ejemplo local).

El cambio climático y su aceleración por las malas prácticas humanas son un hecho comprobado por la ciencia, a pesar de que economistas y empresarios no lo quieran reconocer, para no entrar en la necesidad de hacer ajustes presupuestales en sus proyectos y hacerlos más amigables ecológicamente. Pero, es necesario sincerar la forma de extracción masiva e indiscriminada de los recursos como práctica común efectuada hasta la fecha, reconociendo los graves daños producidos al planeta, muchos de ellos irreversibles como la acidificación del océano.

Quizás aún hay tiempo para retomar el rumbo y asegurar un futuro mejor para las generaciones que nos seguirán, con políticas que realmente incentiven el bienestar y equilibrio ecológico: con un uso racional y tecnificado de manera eficiente de un recurso finito y vital como el agua; el reemplazo por cultivos que tengan mejor sustentabilidad; la reforestación con especies nativas para recuperar el suelo desgastado; políticas de incentivo para la producción realizada de manera eficiente y no contaminante; establecer el índice de la huella de agua como parámetro seleccionador de los mejores productos para consumir, por su mayor eficiencia en producción; la reutilización y reciclaje de los productos ya existentes y el pensar en el bien común, más que en el personal o de las minorías.

Si se continúan las políticas actuales en el país será difícil anular la proyección de declarar a Chile como el país de Latinoamérica que tendrá un estrés hídrico extremadamente alto al año 2040. Se aproximan dos grandes cumbres en el país, como la APEC en noviembre y la COP 25 en diciembre. Es tiempo de que Chile de un paso real y ejemplificante en la temática ambiental, ya que los ojos del mundo estarán puestos sobre el país.