La amistad: una de las principales fuentes de felicidad

“El amigo que se conduele en las tribulaciones es naturalmente consolador”

Parte del peso de una sociedad se puede detectar en la reiteración de determinados temas en ciertos foros. Y me ha llamado la atención la elección reiterada de un tema de estudio en una asignatura sobre la persona y el sentido de su vida desde la mirada de Tomás de Aquino: el de la amistad. En la mayoría de los casos porque se la valora para una vida sana y feliz, y sólo en algunos por la soledad y tristeza que provocan su ausencia. Copio aquí el extracto de la reflexión de un joven estudiante:

“La amistad es una de las principales fuentes de felicidad. Donde puedes tener un mal día o estar pasando por el peor momento de tu vida, donde sientes que estás solo, te sientes angustiado, con un dolor que crees que te va a matar, [en medio de eso] el tener a una persona importante que te escuche, que brinde su apoyo en todo momento, un amigo que te ayude a olvidar el mal momento, [todo eso] son pequeñas acciones que hacen que todo se olvide y solo sientas una completa paz en tu interior”.

Qué verdad tan evidente brota de estas palabras: en el camino diario hacia la felicidad, que a todos nos toca recorrer, la presencia del amigo transforma las vivencias, incluso las de sufrimiento, en experiencias de crecimiento. Y esto es porque el amigo verdadero nos quiere no por lo que le retribuyamos ni por nuestra apariencia o bienes, sino por nosotros mismos. Por eso está presente en las buenas y en las malas, en las primeras para alegrase y en las segundas para sobrellevar en conjunto el peso del dolor; también comparte metas e ideales profundos por los que trabajar juntos. El amigo real es el que ha aprendido a querernos de verdad y en la verdad -incluso llegando a corregirnos si andamos errados. Y como sabernos queridos de esa manera, sin condiciones, es lo que nos proporciona mayor alegría interior y nos hace sacar lo mejor de cada uno, eso contribuye, como se dijo, a la paz interior. Esto, como descubrió el zorro al Principito, “es invisible a los ojos”: el valor de cada persona sólo se descubre mirando más allá de las apariencias sensibles.

Sólo en el amor encontramos auténtica plenitud y felicidad, pues a él nos remiten tanto nuestro origen como nuestra meta final. Y la manifestación del amor en una amistad real, en tanto que amor recíproco, pone de manifiesto esta gran verdad. De ahí que sea uno de los remedios más eficaces contra la tristeza, como señaló con acierto hace siglos el santo de Aquino al decir: “El amigo que se conduele en las tribulaciones es naturalmente consolador. La segunda razón es que, por el hecho de que sus amigos se contristan con él, entiende que le aman, lo cual es deleitable. Luego se sigue que el amigo que se conduele mitiga la tristeza” (Suma Teológica, I-IIa, q. 38, a. 3, in c). Por eso, incluso “pasando por el peor momento de tu vida, donde sientes que estás solo, te sientes angustiado, con un dolor que crees que te va a matar”, la presencia del amigo nos puede devolver la paz.

Sin embargo, esos amigos no nacen por generación espontánea. Por un lado, hay que hacerse dignos de ellos y, por otro, hay que aprender a ser amigo auténtico y también a amar de verdad. Eso implica descentrarse, dejar de ser el centro del mundo, para buscar el bien del amigo con actos concretos: darle tiempo y dedicación, tener paciencia, aprender a dar consejos y a corregir, a tener un solo corazón que comparte lo bueno y lo malo. El Principito supo hacerse muchos amigos, porque, al buscar con constancia la verdad de la persona, aprendió que cada una era única e irrepetible, y por ello la veía como un don para él y para su vida. Y no lo desaprovechó. Tampoco este joven estudiante.