Fratelli Tutti: una encíclica para Chile

Sobre la tumba de San Francisco el Santo Padre firmó el 3 de octubre pasado su última encíclica Fratelli Tutti (Hermanos todos). Desde Laudato Si´ (Alabado sea), la carta encíclica del 2015 sobre el cuidado de la casa común que no teníamos un documento de este nivel de importancia. Ambos textos coinciden, además, en que es il poverello d’Assisi, quien proporciona la inspiración inicial que da el título al documento. Esto nos hace sino confirmar el aprecio que el actual pontífice tiene por este santo del que tomó además el nombre.

En estos dos mensajes se revela, además, Jorge Bergoglio como una especie de “Papa grillo” global: una voz de la conciencia que nos pone en alerta sobre los males de la sociedad contemporánea. Ahora bien, mientras Laudato Si´ representa una encíclica verde sobre el problema ecológico, Fratelli Tutti le parecerá a más de alguno una encíclica roja, destinada a abordar el tema de “la fraternidad y la amistad social” como reza su subtítulo.

Esta encíclica de 98 páginas y 288 notas contiene dos referencias significativas para nuestro país. La primera es un breve extracto del discurso que el 16 de enero de 2018 realizó el mismo Francisco en el Palacio de la Moneda. “Cada generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún.  […] No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos” se lee en el numeral 11. La segunda es una cita a la homilía que el Cardenal Raúl Silva Henríquez hiciera en el Te Deum de 1974. No conozco otro documento pontificio de esta naturaleza que haya citado a un compatriota.

Desde luego, no se agota aquí la relevancia de esta encíclica para Chile. Lo más importante es su temática: ¿Cuál es el tema central de este documento?  El Papa Francisco quiere con esta encíclica construir ese “nosotros” que pueda habitar la casa común (17).  Pues la sombra de los nacionalismos xenofóbicos y el predominio del economicismo individualista, más bien dan cuenta que la humanidad empieza a darle la espalda a la idea de integración y encuentro que años anterior inspiró al mundo.  “Reaparece la tentación de hacer una cultura de muros, de levantar muros, muros en el corazón, muros en la tierra para evitar este encuentro con otras culturas, con otras personas. […] En el mundo actual los sentimientos de pertenencia a una misma humanidad se debilitan, y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. Vemos cómo impera una indiferencia cómoda, fría y globalizada” (27, 30).   En ese contexto, como señala el Obispo de Roma, cuando estaba redactando esta carta se sumó la pandemia del Covid-19, que sirvió de acicate para despertar “la consciencia de ser una comunidad mundial que navega en una misma barca, donde el mal de uno perjudica a todos” (32).

Este llamado a la fraternidad y a una cultura del encuentro va recorriendo en la encíclica distintos ámbitos. Existen reflexiones sobre espacios personales, en las que el Papa medita sobre la agresividad y enclaustramiento de las redes sociales y dispositivos tecnológicos; pero también aparecen discusiones más generales en las que el sucesor de Pedro vuelve a recordar las enseñanzas tradicionales de la Iglesia: como son la función social de la propiedad como un derecho prioritario o el peligro de una espiral de violencia destructiva de guerras que vuelven a surgir.

Sin embargo, existen dos aspectos nucleares que para nuestro país tiene una tremenda actualidad. El primero se sitúa en el capítulo titulado “Un corazón abierto al mundo”. En él se abordan los esfuerzos que se deberían realizar frente a las personas migrantes. En este plano Francisco hace un llamado a adoptar el concepto de plena ciudadanía e incluso a ejercer una serie de respuestas bien concretas que no pueden dejarnos indiferentes: desde incrementar y simplificar la concesión a visados, hasta ofrecer un alojamiento adecuado y decoroso (130). El segundo aspecto que después del estallido social cobra un colorido particular, está en el capítulo denominado “La mejor política”.  Aquí el Papa Bergoglio se propone rehabilitar el concepto de «pueblo» como una forma de romper con el predominio de la tecnocracia y el sometimiento de la política a la economía.  Es cierto que esta noción tiene mucho de romanticismo, pero para el Santo Padre “si no se quiere afirmar que la sociedad es más que la mera suma de los individuos, se necesita la palabra «pueblo». La realidad es que hay fenómenos sociales que articulan a las mayorías, que existen megatendencias y búsquedas comunitarias. También que se puede pensar en objetivos comunes, más allá de las diferencias, para conformar un proyecto común” (157).

Los católicos podríamos reclamarle a esta encíclica un aspecto que se enfatiza poco y parece esencial: “sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad” (272). Sin embargo, no hay duda de que con este documento el Papa Francisco se ha tomado muy en serio su tarea de pontífice: “hacedor de puentes”, pues este documento se constituye como una carta dirigida a todas las personas de buena voluntad con las que quiere encontrase y entablar un diálogo. Es de esperar que en Chile encuentre muchos destinatarios.