Educación para formar estudiantes autónomos

Nuestra educación, es decir, la forma en que nos enseñaron y aprendimos -o no aprendimos- ha sido estructurada en un sistema en el que los intereses, las motivaciones, la voluntad y la autonomía han permanecido bajo custodia, con el candado de una disciplina punitiva, en la que ir a clases, estar atento, participar, preguntar, pedir ayuda o no estar de acuerdo son sólo respuestas reactivas a la consecuencia programada de ser promovido de curso o de alcanzar una nota. Así, quienes logran graduarse son estudiantes que simplemente han cumplido con las respuestas demandadas.

Uno de los grandes propósitos de la educación actual es formar personas independientes que afirman “sé hacer, pero lo hago cuando me dicen que lo haga y sólo si las consecuencias son provechosas para mí”. Se ha olvidado el paradigma social y educativo de la autonomía, meta que todos anhelamos desde temprana edad, pero que pierde valor y se deshace en mil pedazos cuando conocemos y vivenciamos “las normas de la educación”, en las que la heterenomía de la voluntad se posiciona en gracia y majestad.

Entonces ¿cómo educar la autonomía? ¿Cuándo y cómo educar la voluntad? Estas preguntas revierten un desafío que la Reforma Educacional no asoma, ni dimensiona. Saber cómo debo hacer algo obliga primero a reconocer qué es ese algo que quiero. Todos hablan sobre cómo hacer educación, sin detenerse mayormente en el estudiante que queremos y que necesitamos.

Queremos estudiantes autónomos, con voluntad. Pues bien, “no hay un sujeto único y universal que sea autónomo por naturaleza, existe una multiplicidad de seres humanos capaces de transformarse en seres autónomos” (Pedagogía de lo humano, Carlos Smith). Debemos comenzar entonces por reconocer que nuestros estudiantes tienen la capacidad de tomar decisiones y de resolver conflictos para encaminar proyectos personales. De esta forma la educación vuelve a tener sentido.

Debemos instalar la autonomía desde la educación inicial, generando no sólo el aprendizaje por reacción, sino por una real voluntad, por acción e iniciativa, por inquietud y con sentido para la vida. Nuestras aulas deben llenarse de estudiantes que quieran estar en ellas. Quizás debamos empezar de a poco, soltando candados, abriendo puertas y dejando entrar por voluntad, que finalmente es la hermana mayor de la autonomía.