Educación Inclusiva desde el Paradigma de las Barreras

Entender la Educación Inclusiva desde el Paradigma de las Barreras, implica trasladar las dificultades del sujeto a las barreras existentes en los entornos educativos.  En este contexto, es necesario partir de la base de que la diversidad es una realidad innegable, cada uno de nosotros posee condiciones particulares, que tiene que ver con nuestra cultura, género, biología, rasgos de personalidad, estilos de aprendizajes, tipos de inteligencia, entre otros.

Esta condición particular, que nos identifica como sujetos individuales, nos acompañan en todos nuestras actividades, familiares, sociales y escolares, nuestra condición está presente día a día en todos los contextos de nuestra vida y esta condición particular, es el origen de lo que llamamos diversidad. Finalmente, desde este punto de vista, todos somos diversos, es decir, lo habitual es la diversidad, lo esperable es que encontremos diversidad en cada una de las personas.

Ahora bien, existen situaciones en las cuales nuestra condición se enfrenta a barreras que son generadas por el entorno, a modo de ejemplo, si la condición del sujeto es muy bajo y tienen que tomar el transporte público, es probable que se generen barreras para poder alcanzar los pasamanos superiores. En este contexto, ese transporte no es inclusivo, pues no está pensado para la diversidad de las posibles condiciones de las personas que usarán el servicio.

Desde el punto de vista educativo, para que un sistema sea inclusivo, debe entender esta diversidad de condiciones presentes en cada sujeto, identificando de esta forma las barreras que estos alumnos y alumnas, pueden encontrar al ingresar, permanecer y egresar del sistema educativo.

Según Booth y Ainscow (2000), existen barreras educativas, que tienen su origen en tres dimensiones que son: La política, la cultura y las prácticas de la institución. Es decir, si una clase se dicta en idioma inglés, los estudiantes en condición de habla hispana, encontrarán una barrera para participar de esa experiencia de aprendizaje. Si la institución tiene una política inclusiva, entonces será consciente de esta barrera y gestionará la acciones para eliminarla (colocar un traductor), de esta manera se minimiza o elimina la barrera y el acceso considera la diversidad de los estudiantes que pueden participar.

Las instituciones educativas, deben ser capaces de reconocer y valorar los conceptos de diversidad, diferencia y heterogeneidad. En primer término, reconocer estos conceptos, es tener conciencia de que lo “normal” es encontrarnos sujetos en condiciones diversas, lo “habitual” es la diferencia y la heterogeneidad. Hemos vivido en el engaño de una presunta “norma”, que en la práctica no existe, puesto que lo que realmente veremos a nuestro alrededor son sujetos particulares y diversos. Luego de reconocer la diversidad, lo importante es valorarla, lo diverso enriquece los procesos, ya que son un aporte a la formación, cuestión que implica incorporarla dentro de las prácticas educativas.

Los elementos planteados anteriormente, son válidos para todos los sistemas educativos, desde la educación inicial a la educación superior: en el momento en que una institución de educación superior declara una política inclusiva en su hacer, deben abrir sus accesos a la diversidad, la cual no se asocia solo a la condición de discapacidad, sino que todas las diversas condiciones del sujeto (económicas, culturales, de género, entre otras). Se debe entender de esta forma, que la condición de discapacidad es solo un tipo de diversidad, dentro de un amplio abanico de estudiantes, cada uno de ellos con una condición particular.

Lo importante en este punto es entender que la dificultad no está en el sujeto, sino en las barreras que presenta el entorno, de ahí cambiar el concepto de alumnos discapacitados a alumnos en condición de discapacidad. Una de las barreras que podemos encontrar en educación superior es transformar el modelo escolarizante, por una práctica de formación colaborativa, pensada en la resolución de problemas en situaciones prácticas, con perspectivas en los diferentes contextos laborales en los que se desempeñarán los estudiantes en el futuro.

Una educación inclusiva en la educación superior, tendrá de esta forma el desafío de reconocer la diferencia, conocer las diferentes condiciones de sus estudiantes, identificando las diferentes barreras e implementando acciones para eliminar estas.  Junto con el diseño de políticas inclusivas, es necesario fomentar una cultura de la inclusión presente en cada uno de los integrantes de la comunidad educativa. Siempre basada en un conjunto de valores que respeten las diferencias, finalmente, prácticas inclusivas, que permitan el desarrollo de aprendizajes en todos los estudiantes sin importar su condición ni espectro.