Este 22 de abril celebramos otro Día de la Tierra, y por segundo año consecutivo este día lo recordamos desde nuestros hogares. Y es que la actual pandemia, además de obligarnos a permanecer encerrados, también nos recuerda lo frágil que es nuestro planeta y lo sensibles que somos como especie a eventos con alcance global, como la pandemia por SARS-CoV-2 o COVID-19.

Como en su idea original en la década del 1970, que apuntaba a generar conciencia sobre el cambio climático, sobrepoblación humana, contaminación y conservación de la biodiversidad; hoy, en este nuevo Día de la Tierra, la necesidad de repensar el origen de esta “celebración” sigue tanto o más latente. La verdad es que no tenemos mucho que celebrar, porque la población humana sigue creciendo a un ritmo acelerado, los recursos naturales están sobreexplotados y mal distribuidos, la biodiversidad está experimentando su sexta extinción en masa y el cambio climático llegó para quedarse.

Factor común, nosotros, la especie humana. A pesar de que a mediados del año pasado celebrábamos los efectos del COVID-19 en la disminución de las emisiones de gases de efecto invernadero, un reporte reciente de “United in Science 2020”, ha señalado que el COVID-19 «no ha frenado» el cambio climático, y que el impacto que se registró en la emisión de gases de efecto invernadero se ha recuperado en los últimos meses hasta llegar a niveles previos a la pandemia.

No hay nada que celebrar, el Día de la Tierra no es una celebración, es un triste recordatorio de todo lo que hemos hecho mal, nosotros, no el murciélago que se convirtió en sopa o el pangolín que interactúo con ese murciélago, nosotros somos los culpables, no el picaflor de Arica que está a punto de extinguirse por la agricultura poco sustentable o las miles de golondrinas de mar negra que caen enceguecidas por las luces en el norte de Chile, o las ballenas que mueren enredadas o por los choques con embarcaciones en nuestras costas, tampoco es culpa del Queule que desaparece por nuestros incendios o por la deforestación desenfrenada.

Este Día de la Tierra debe ser un tirón de orejas, para todos, y me incluyo, porque cada acción que realizamos o no realizamos, cuenta y puede tener impacto a escala global. Porque el discurso de acciones locales con impactos globales para combatir el cambio climático es cierto, pero lo olvidamos apenas entró por nuestros oídos. Porque las pandemias, inundaciones, incendios forestales y sequías no ocurren por acto de magia, son fenómenos naturales que se acrecientan en este contexto de cambio climático que nosotros estamos provocando. Este Día de la Tierra debemos pensar en todos los que hemos perdido producto de la pandemia y los desastres naturales del cambio climático. Este Día de la Tierra debemos valorar ese bosque, esa playa, ese río, ese desierto, esa pradera que no podemos visitar, porque nuestra forma de vida nos ha llevado a vivir lo que estamos viviendo como especie. Nuestros errores nos han llevado a esta situación. Pero como la especie innovadora y resiliente que somos, debemos actuar. Exigir cambios profundos en la forma en que nos relacionamos con nuestro medio ambiente, porque somos parte de él, un componente más.

Una forma de comenzar a resolver esto es exigiendo leyes ambientales más fuertes a nuestras autoridades, rechazar proyectos nefastos como la carretera hídrica o el TPP-11, incorporar en la discusión constitucional la importancia de la biodiversidad, el uso del agua y el desarrollo sustentable. Comenzar a reciclar en nuestros hogares, compostar nuestra basura orgánica que puede representar hasta el 50% de nuestros desechos, respetar la flora y fauna silvestre, mantener limpios los espacios naturales, proteger nuestros humedales, exigir más áreas verdes en nuestros entornos, en fin, debemos repensar lo que queremos como sociedad y como especie, creo que aún estamos a tiempo.