Ansiedad y PSU
La prueba de selección universitaria es un examen complejo ya que considera para el o la joven tomar decisiones (en edades en que no siempre están claras), medir sus aptitudes académicas, compararse con otros, cumplir expectativas propias y ajenas, estar en la mira de familiares y conocidos, etc. Es la culminación de un proceso que se hizo más patente al entrar en la educación media, donde las notas de enseñanza media (NEM) empiezan a pesar y a veces hay horas formales o informales dedicadas al pre-universitario.
El temor y la incertidumbre que conlleva cualquier tipo de evaluación en la vida se convierte en una desazón anticipatoria, a la que llamamos ansiedad, acompañada de manifestaciones a nivel somático: malestares estomacales, taquicardia, sudoración, dolor en el pecho o la cabeza, reacciones en la piel, etc. Si este temor anticipatorio está teñido de expectativas catastróficas respecto de los resultados, o la persona se juega aspectos muy importantes de su futuro y el de otros con el examen, la ansiedad pasa a ser angustia, donde las manifestaciones somáticas pueden ser más fuertes y prima la sensación de ahogo (angustia=angosto); pueden aparecer trastornos del sueño, de la alimentación, del ánimo, etc. Así como la ansiedad en la justa medida puede ser un motor para lograr mejores resultados (un estado de activación), la angustia seguramente jugará en contra del buen desempeño, dificultando tanto el proceso de preparación como la ejecución misma.
Es importante entonces que los jóvenes y sus padres puedan distinguir entre indiferencia, ansiedad normal y angustia frente a la PSU y el futuro académico. ¿Qué está a la base de la indiferencia y de la angustia? Dudas vocacionales, incongruencia entre sus intereses y las expectativas del mundo adulto, exigencia o autoexigencia desmedida, desinterés por el futuro, temor al fracaso, baja tolerancia a la frustración, baja autoestima, inmadurez, miedo a fallarle a un ser querido… Una vez hecha esta distinción fundamental se podrá intentar dar solución al problema.
Frente a la PSU y en la vida siempre hay que tener un plan B y ojalá C y D.
La sabiduría popular nos dice: no se deben “jugar todas las fichas a un solo número”, ni “poner todos los huevos en la misma canasta”. Debe haber confianza entre el o la joven y sus adultos significativos, para poder conversar acerca del futuro. Además de haber alternativas de acción, debe haber comprensión y apoyo. Los mayores saben que no todo funciona como uno esperaba y que ser aceptados y queridos en nuestras diferencias permite disminuir mucho la carga de sentimientos negativos que puede generarse. Deben eliminarse del repertorio de los padres las comparaciones con hermanos, primos o hijos de amigos, y las propias expectativas vocacionales para nuestros hijos. El ser feliz con lo que uno hace es la mejor manera de hacerlo bien y quien hace bien las cosas tiene asegurado un mejor bienestar.