Desde nuestra infancia y en la medida que vamos creciendo definimos nuestra expectativa de amor de pareja. Las realidades que observamos, los patrones culturales y valóricos, y las experiencias que en el trascurso de los años acumulamos, nos hacen construir una idea preconcebida y algunas veces idealizada, de cómo debería funcionar ésta relación.

A su vez, cuando creemos encontrar a la persona adecuada y pensamos que también lo somos para esa persona, pasamos por diversas etapas que van desde diversos efectos a nivel cerebral y una verdadera revolución hormonal, que nos llevan a experimentar una sensación de bienestar y emociones que involucran el afecto y la ternura, que con el paso del tiempo va decantando en diversas realidades: decepciones, crisis, superación de ésta, adaptación, etc., pero que son distintas en tiempo y duración según la dinámica, contexto, valores; en definitiva propias de cada pareja pero con algunas etapas comunes. Pero ¿Qué hace que pasemos de vivir una vida de pareja con sus vaivenes propios a situaciones de violencia?

La violencia corresponde a un comportamiento intencional de fuerza, o abuso de poder que provoca o puede provocar daño, tanto a nivel físico como psicológico. En un contexto de familia, puede ocurrir a cualquier persona, no distingue raza, edad, sexo, religión ni nivel socioeconómico e históricamente han existido y existen condiciones que favorecen su aparición y que están relacionadas con la vulnerabilidad de sus protagonistas: mujeres, personas mayores, discapacitados, relaciones de pareja con desequilibrio, jóvenes que viven en contextos de estructuras altamente rígidas, etc.

La violencia es un fenómeno complejo que impacta de manera profunda a quien la padece y que en su tipificación general física, psicológica y sexual produce graves daños y hasta la muerte.

El confinamiento, producto de la pandemia del COVID-19, ha producido cambios y propiciado con presión procesos de adaptación de familias, contextos laborales y sociales y se han observado contextos de violencia donde antes no existía o se han exacerbado en familias donde antes ya existía una forma violenta de relación. Han aumentado considerablemente los casos de violencia hacia la mujer, y en concordancia han aumentado también los femicidios, y ha habido un aumento de la violencia juvenil entre pares y también en el pololeo.

Esto último hace necesario un análisis más profundo debido a que se supone es justo en ésta primera etapa de “un estado de especial de bienestar” que produce conductas más amorosas, pero en que se viene observando primero una relación de horizontalidad, pero más violenta, instalándose como un estilo de resolución de conflictos.

En un sondeo realizado por el INJUV el año 2018, en torno a las relaciones de pareja de jóvenes entre 15 y 29 años, se menciona que una de las mayores causas de la violencia en el pololeo, a juicio de los y las jóvenes, es el poder y/o control sobre la pareja (38% de las menciones), seguido por el machismo (37% de las menciones), los celos (27% de las menciones) y la desconfianza (22% de las menciones). Nueve de cada diez encuestados cree que la denuncia realizada por una víctima de violencia en las relaciones de pareja a carabineros, no queda protegida. Por otra parte, el 8% cree que si queda protegida. Un 34% de los consultados/as afirma que le ha sucedido que su pareja lo/la ha insultado o gritado. 26% declaran que su pareja les ha prohibido juntarse con amigos/as o familiares. Y un 20% detallan que su pareja le ha controlado la ropa, los horarios, las salidas. Por último, un 25% de los y las jóvenes entrevistados/as declaran que han sido testigo frecuentemente de conductas o comentarios machistas o sexistas, en el ámbito escolar o de la educación superior.

Los datos expuestos son altamente preocupantes, considerando además que se han visto exacerbados por el contexto de pandemia, y que proyectados y de no mediar modificaciones profundas en ésas relaciones nos veremos enfrentados como sociedad a una realidad de violencia aún más compleja. Por otra parte, y un problema social que también incide en ésta situación y que está fuertemente relacionada es el consumo problemático de alcohol y drogas que también se ha demostrado afecta severamente el comportamiento de las personas en una relación de pareja.

Entonces ¿Qué podemos hacer ante esta realidad?  Uno de los factores relevantes en primer lugar es conocerse, trabajar la autoestima, quererse, quitarse el sentimiento de culpa y miedo ante una relación tóxica si es parte de ésta, y para recuperarse contar con redes de apoyo consistentes, figuras de soporte positivas. Lo complejo es cuando además el contexto de soporte familiar también sustenta la relación entre sus miembros en la violencia. Por ello, además es importante contar con redes externas positivas y comunicarse.

La etapa de la adolescencia y juventud tiene procesos muy positivos, pero también difíciles con crisis normativas y no normativas que en ocasiones impiden resolver conflictos internos de forma adecuada y que además buscar resolver de formas equivocadas o confusas aferrándose a relaciones tóxicas. Lo importante es siempre contar con alguna figura significativa y de confianza que observe y ponga una advertencia, voces que alerten ante situaciones de daño.

Finalmente es importante destacar que para que un amor sea saludable desde el inicio, vivir la relación desde el respeto, honestidad, identidad de cada persona, respetando la libertad de cada miembro de la pareja y sus necesidades son muy importantes, así como la autoestima y comunicación efectiva. Es de esperar que los contextos que hoy en día tenemos y afectan las relaciones de jóvenes sean incorporados en políticas públicas y sociales más eficientes que contribuyan a propiciar espacios de mayor equidad y justicia social con programas que pongan el acento en el fortalecimiento de relaciones positivas y en propiciar mejores oportunidades para el desarrollo de los y las jóvenes.