Algo que aprender también hoy del sabio Santo Tomás de Aquino

Lo mejor de los grandes pensadores es que algunas de sus intuiciones son tan geniales y verdaderas que no pasan de moda y pueden repensarse y aplicar de nuevo, aunque pasen los años. Algo así pasa con Santo Tomás de Aquino, nuestro patrón, el patrón de las instituciones Santo Tomás, a quien dedicamos una semana para conocerle a él y su doctrina y así inspirarnos en nuestra labor formadora como instituciones de Educación Superior.

Su vida (1224-1274) discurrió entre el estudio, la búsqueda, la respuesta a su vocación dominica de “contemplar y dar a otros lo contemplado”, la enseñanza, la oración, la predicación, y también el consejo a relevantes personajes de su época. Por otro lado, su legado escrito nos ha llegado en sus grandes obras como la Suma Teológica, la Suma Contra Gentiles y otros muchos opúsculos sobre temas teológicos y filosóficos de interés.

Algunas de las cosas que no van a pasar de moda en su obra está, en primer lugar, su método de estudio y de análisis de la realidad, su metodología para discernir y distinguir lo verdadero de lo falso, lo esencial de lo accidental, lo importante de lo accesorio. Pues la realidad es muy compleja y también nos acercamos a ellas desde ópticas diversas que nos permiten distinguir ángulos, complementarios entre sí, pero no siempre idénticos. También posee validez perenne el peso y la importancia que descubre en nuestras decisiones como seres libres, racionales, hechos para conocer la verdad, amar el bien y emplear todas nuestras fuerzas en el perfeccionamiento propio y de las demás personas en la búsqueda de la felicidad. Nuestra inteligencia aspira a la verdad, pues “Lo propio del alma humana es llegar a conocer la verdad investigando y discurriendo de una cosa a otra”, y el objeto de la voluntad es el bien en tanto que querido libremente. De ahí la responsabilidad que brota de tal libertad y la importancia que daba a una educación que nos perfeccionará como personas, llevando al máximo desarrollo cada una de nuestras potencias, facultades y cualidades y, por otro lado, a la vez corrigiendo defectos personales y debilidades tanto personales como de naturaleza. En efecto, no basta haber recibido esta herramienta maravillosa que es la capacidad de decidir u optar, tenemos que aprender a usarla – “se dice que tenemos libre albedrío, porque podemos aceptar algo o rehusarlo, y esto es elegir”- y usarla además orientada a una dirección perfectiva, eligiendo el bien y no el capricho. Pues no basta con conocer lo que está bien, sino que hay que practicarlo y vivirlo (pues “no se dice que un hombre sea bueno por ser simplemente conocedor”). Educar es ir por delante en la verdad y el bien, pues “Así como es más perfecto iluminar que lucir, así es más perfecto el comunicar a otros lo contemplado que contemplar exclusivamente”.

De ahí la importancia del ejercicio de las virtudes como ese hábito perfectivo que nos dispone elegir y obrar el bien y que nos acerca de esa manera nuestra felicidad, que no puede estar alejada del bien. Dedica a este tema numerosas páginas y tratados, de especial relevancia y alude a muchas virtudes, a las que pasa revista. Algunas pueden ser la paciencia, la mansedumbre, la magnanimidad o el tener un corazón grande, la fortaleza ante las dificultades -tan necesaria hoy y siempre-, la inteligencia para conocer bien las cosas, la ciencia para conocer y explicar las causas de la realidad, la prudencia para discernir lo correcto y bueno en cada situación y optar por los medios buenos para el fin, y no sólo los que reporten éxito o placer, y, además, prudencia para aconsejar a otros, la justicia que nos ayude identificar lo que le corresponde a cada uno contribuyendo así a una convivencia justa, equilibrada y razonable que propicie la amistad y el amor cívico. La unión en torno al fin común de la vida buena en sociedad es una dimensión de especial importancia, de ahí la relevancia de un orden para ello: “La vida social entre muchos no se da si no hay al frente alguien que los oriente al bien común, pues la multitud de por sí tiende a muchas cosas; y uno sólo a una”.

Son muchas virtudes que podemos y debemos ejercitar en la vida cotidiana pero también en el ámbito educativo, porque “educar es conducir”, guiar, llevar, ayudar a que cada persona cumpla el fin para el que está hecha, llegue a cumplir ese sueño de su ser persona. Y detrás de esa aspiración, enraizada en lo que somos como personas, que da sentido a la vida porque la orienta, hay siempre para Santo Tomás una mirada sobrenatural: la conciencia de un don recibido, empezando por el ser, la vida, la vida espiritual, al que podemos responder para acercarnos a nuestro fin último, Dios.

Tomás de Aquino fue y sigue siendo un maestro en muchos ámbitos y nos entrega muchas herramientas. Por ejemplo, inspira la concreción de nuestros valores institucionales.

Nos ayuda a discernir entre lo verdadero y lo falso, a aplicar el pensamiento crítico y a plasmar ese amor a la verdad que debe mover nuestra vida académica.

Nos inspira para vivir la fraternidad y la solidaridad considerando a todos cuantos nos rodean como solidarios de nuestra misma naturaleza y de nuestro mismo destino, y a los que puedo y debo ayudar en la medida de mis posibilidades. Sólo de esa forma crecemos verdaderamente como personas (“Los mejores, por serlo, son más dignos de amor. Mas porque en ellos es más perfecta la caridad, aman también más, si bien en proporción al objeto amado”).

También promueve el valor de la excelencia y el esfuerzo: “el magnánimo tiende a lo más grande… según la razón”. En efecto, si aspiramos a dar lo mejor de nosotros mismos, a cumplir nuestro fin y nuestras metas, debemos avanzar paso a paso, esforzarnos para dar lo mejor de nosotros mismos. Este esfuerzo, sin embargo, no podemos realizarlo completamente solos, sino que requerimos el apoyo de las personas que van por delante como modelos que nos educan y también, por supuesto, el de Dios. Esto porque Dios, precisamente porque no es un ser impersonal ni abstracto que se desentienda de sus criaturas, sino que de manera providente cuida de nosotros, espera nuestra respuesta y comunicación y quiere ser nuestro amigo. “Como la amistad consiste en cierta igualdad, parece que no pueden unirse amistosamente las cosas que son muy desiguales. Por consiguiente, para que hubiera una amistad más familiar entre Dios y el hombre, le convino a éste que Dios se hiciera hombre, pues por naturaleza el ser humano es amigo del ser humano, y así, conociendo visiblemente a Dios, nos sintiéramos arrebatados al amor de las cosas invisibles” (Suma contra Gentiles, Libro IV, capítulo 54). Su vida toda fue un canto a la superación, al esfuerzo y excelencia.

Y, cómo no, vivió y transmitió el respeto y la inclusión, enseñándonos a valorar a cada persona por su dignidad de persona, independientemente de cómo sea y cómo viva y actúe, pues su dignidad natural nunca la pierde; y enseñando a tratarla afablemente, acogiéndola e integrándola positivamente en la actividad y convivencia, porque todos y cada uno somos únicos e irrepetibles y tenemos algo que aportar. A este respecto ese valor lo poseemos todos, pues “Tanto en el hombre como en la mujer se encuentra la imagen de Dios en lo esencial, esto es, en cuanto a la naturaleza intelectual”.

Quedan muchas enseñanzas más de este hombre sabio que seguir aprendiendo. Pero para concluir esta invitación a conocer algo de su legado, pedimos a Santo Tomás su sabiduría para descubrir el valor de cada persona y actuar en consecuencia, le pedimos su entusiasmo en nuestro desafío educativo como profesores, estudiantes o administrativos y, cómo no, que nos haga partícipes de su aspiración al fin último de la meta a la felicidad, sabiendo integrar a los demás y a Dios y redundando así en nuestra plenitud.

Esther Gómez, Directora Nacional de Formación e Identidad

Agosto 2021