Ps. Rodrigo A. Atallat Silva

Académico Escuela de Psicología

Universidad Santo Tomás

De acuerdo con el sitio oficial de las Naciones Unidas (www.un.org), el Día Internacional de las Familias se celebra todos los 15 de mayo a partir del año 1994, para “crear conciencia” sobre el papel fundamental de las familias en la educación y aprendizaje de los niños.

A partir de esto, es claro que la familia como concepto y fenómeno ha cambiado, desde una concepción más bien ideal de la misma, hasta una que incorpora diversas miradas. No obstante, más allá de su conceptualización, lo que sí es estable y permanente para la mayoría, es que crear una familia y vivir en familia, es tanto una necesidad biológica, como personal como social. Vivimos en familia porque los seres humanos necesitamos y gozamos del contacto, cuidado y protección. Necesitamos de un vínculo cercano, seguro, disponible y amoroso, que nos permita ir desarrollándonos de acuerdo con las necesidades que vamos teniendo a lo largo del ciclo vital, para convertirnos en seres humanos biopsicosocialmente sanos.

Sin embargo, dependiendo de variables tanto ambientales (posición socio-económica, educación, trabajo, salud, otras), como de las dinámicas de interacción entre sus miembros, especialmente desde los adultos que actúan como modelos o ejemplos de los niños, se establecen condiciones protectoras o de riesgo y vulneración según sea el caso. En concreto, las relaciones madre/padre (o cuidadores) y sus hijos, son las relaciones desde las cuales ellos van a construir su identidad, su autoestima, su amor propio. Esto porque a partir de las experiencias vividas en familia, construimos una imagen de nosotros mismos, así como modos de conducirnos, y muchas veces, patrones que replicamos en nuestros vínculos presentes y futuros. Cuando recordamos nuestras vivencias familiares, tal vez con alegría, otras con tristeza o añoranza, tal vez recordemos el olor a pan hecho en casa, los abrazos de mamá, los paseos con papá, los juegos entre hermanos o incluso los desencuentros con ellos.

Ahora bien, los lazos afectivos no son sinónimo de felicidad absoluta y permanente, o ausencia de conflictos. Las familias son formadas por seres humanos falibles, que tenemos dudas, inseguridades, miedos y que cometemos errores, por lo que la familia es el espacio para la expresión y modulación de lo anterior … y para ser nosotros mismos.