La consolidación de nuestro Cine
En 1895 dos hermanos franceses inventaron un aparato que revolucionaría las formas de comunicación del venidero siglo XX: los Lumiére crean el cinematógrafo. Por primera vez en la historia se pudo contemplar imágenes reales en movimiento. Fue tal el impacto de aquel invento que, según se cuenta, sus primeros filmes como La salida de la fábrica o La llegada del tren a la estación sorprendieron a tal punto que los espectadores, en el segundo caso, se asustaban y recogían en sus butacas, pensando que el tren podría salir de la pantalla.
Pronto se expandió la noticia por la ciudad haciéndose filas interminables para vivir esta nueva experiencia. Así, lo que comenzó como un entretenimiento de las masas y las clases populares, al poco tiempo se transformó en una verdadera industria; en Hollywood-California primero, y luego en el resto del mundo, como una consumada forma de expresión artística y herramienta de propaganda y difusión.
Lo anterior, gracias al desarrollo de un nuevo lenguaje audiovisual, creado por genios del Séptimo Arte como David W. Griffith (El nacimiento de la nación, 1915) o Sergei Eisenstein (El acorazado Potemkim, 1925), entre otros, quienes prácticamente inventaron este nuevo lenguaje con los movimientos de cámara y los distintos planos.
En Chile el desarrollo del cine también tuvo sus más y sus menos. Gran parte de nuestro patrimonio cinematográfico se perdió y terminó siendo vendido subrepticiamente, para ser transformado en peinetas. Lejos en el tiempo quedan filmes como El Húsar de la Muerte (1925) o comedias costumbristas que cada cierto tiempo pasaban en televisión (para Fiestas Patrias, sobre todo), como El gran circo Chamorro (1955) siendo Raúl Ruiz o Alejandro Jodorowsky, los dos representantes chilenos más internacionales y reconocidos, aunque no los únicos. A la memoria también se vienen las películas Palomita blanca (1971), La Frontera o La luna en el espejo, ya en la década de los 90.
En el pasado quedan problemas tradicionales del cine nacional, como la calidad del sonido. Hoy en día una nueva generación de cineastas da nuevos bríos a esta industria. Nombres como Pablo Larraín o Sebastián Lelio se están haciendo un importante lugar y seguramente nos seguirán sorprendiendo.
Lo positivo de este nuevo cine chileno es que contribuye con una apuesta por hacer películas sin mayores complejos ni pudores, que pueden calar hondo en materias sociales pero que generan réditos a la inversión que hay detrás de cada una de producciones.
El premio Oscar del pasado domingo 4 de marzo a la película “Una mujer fantástica”, no sólo es un reconocimiento al trabajo de toda una industria y sus trabajadores, sino que también plantea problemáticas que durante mucho tiempo han permanecido ocultas. Hay quien diga que la película es lenta o que el personaje principal no tiene nada de fantástico, pues se le ve siempre sometida y algo apocada. Sin embargo, más allá de la valoración individual que cada uno pueda tener de otras sexualidades o la heteronormalidad, tiene el mérito de traer a colación una realidad que existe y ante la cual no podemos cerrar los ojos.
Es de esperar, que este reconocimiento ayude a consolidar la industria en nuestro país, así como para facilitar la discusión y el diálogo nacional, siempre en el contexto de tolerancia y respeto que merece la dignidad humana.