Pobreza del tiempo y cuarenta horas laborales, el bienestar subjetivo que se debe objetivar
El tiempo como tal es un factor distinto a las demás mediciones humanas al ser este una medida intransferible finito y no recuperable que a diario transcurre en la vida de las personas como un factor más, pero que cobra relevancia al momento de disponer de este concepto o actuar funcionalmente en torno a él, mujeres y hombres en edad laboral activa venden su tiempo y sus capacidades y habilidades por un cálculo económico mensual que en rigor tiene un valor de cambio monetario confuso, donde esta confusión se asume como tal. ¿Cuándo escuchamos o decimos el habitual comentario diario en torno al “no tengo tiempo”, “ojalá el día tuviera más horas” “me gustaría tener más tiempo para mi” en el fondo a qué nos estamos refiriendo? Según Bardasi y Wodon (2006) esta situación de carencia es asociada al concepto de “la pobreza de tiempo” que puede ser entendida, como la insuficiencia o escasez de tiempo disponible por parte de las personas para descansar o disfrutar del ocio u otras actividades debido a una carga excesiva de trabajo, sea remunerado o no (trabajo doméstico) donde las horas de la semana no alcanzan para cubrir el cuidado personal el mantenimiento del hogar el cuidado de niños personas mayores o con discapacidad, mascotas, ocio y tiempo libre y producción laboral. Una persona que trabaje en Chile 65,5 horas de trabajo semanal (remunerada o no), se podría considerar una persona pobre de tiempo, esta situación golpea además con mayor fuerza a las mujeres por el rol cultural asociado a cuidados, trabajo doméstico no remunerado e inclusive la doble presencia de una exigencia generalmente doble, a diferencia de los hombres.
Podríamos pensar entonces que el tiempo forma parte importante del bienestar subjetivo de las personas, que al ser subjetivo se vuelve individual pero que afecta al colectivo como bienestar emocional y en las relaciones interpersonales, que el tiempo es salud y que impacta en esta con diferencias en ambos géneros haciéndose más notorio en el caso de las mujeres, por ende, se vuelve necesario y urgente. Plantear, objetivar esta sensación subjetiva de bienestar asociada al tiempo, no es fácil, pero es urgente y además necesaria en los tiempos del “no tengo tiempo”. Lo primero es medirla, lo segundo es comprender sus dimensiones para la salud y lo tercero avanzar a un cambio que implique lo cultural abordar lo cultural en nuestro país siempre es complejo ya que carecemos de la ética protestante que ha formado el desarrollo de países europeos y de América del norte. En ese sentido nuestra cultura en torno a cambios por diferentes motivos es de carácter legalista, propio de nuestra idiosincrasia donde una norma determina la conducta o un hacer.
Ya comprendemos la relevancia de la pobreza de tiempo, podemos medirla y también entender como distribuirla, sus alcances y su necesaria atención para la salud también son claros, el cómo intervenirla para que sea objetivamente sana. Como por ejemplo roles distintos entre hombres y mujeres, recorridos laborales tiempo-trayecto y sobre todo jornadas laborales poco satisfactorios.
Anteriormente hemos comprendido lo importante de la relación cultura-legalismo para nuestra idiosincrasia y en virtud del abordaje de la pobreza de tiempo que nos afecta en distintas dimensiones, en virtud de lo anterior el proyecto de ley de cuarenta horas laborales promueve el necesario cambio cultural que impactará de diferentes formas en la salud de las personas y sobre todo el bienestar subjetivo. La evidencia en torno a este tipo de política pública muestra como resultado en la globalidad, que la calidad de la vida personal y familiar de trabajadores hombres y sobre todo mujeres mejora, disminuyendo sentimientos de hastió aversión y desanimo en torno a la jornada laboral, potenciando el bienestar y el rendimiento laboral. Donde esto último es sumamente significativo para que las personas puedan conciliar el ámbito laboral, familiar, maternidades ocio y tiempo libre y la dimensión espiritual. Las sociedades desarrolladas se caracterizan por ciudadanos multidimensionales o en vías a una mejora multidimensional. El conflicto más antiguo con relación al trabajo es el tiempo y sigue siendo un conflicto necesario de abordar sobre todo en tiempos del emprendimiento, del estudiar y trabajar y de la auto explotación. Objetivar el bienestar subjetivo en torno a la falta de tiempo es posible no olvidando las desigualdades de género, el sistema de transporte y la pobreza de tiempo multidimensional. El crecimiento económico debemos entenderlo más que números y más qué un desarrollo material sino también espiritual, familiar equitativo y para que todos los miembros de la sociedad en su conjunto puedan desarrollarse y vivir mejor, abordar el desarrollo económico desde esta perspectiva es una respuesta a algo que todos sufren y que en estricto rigor nadie puede escapar ya que el tiempo es finito para la vida humana.