Una nueva era espacial está comenzando
Hace algunas semanas se puso en órbita la tercera de las naves espaciales financiadas al cien por ciento desde el mundo privado, en este caso, por el dueño de Tesla (la marca de automóviles eléctricos) y emprendedor tecnológico, Elon Musk. Poco antes fue el turno del también norteamericano Jeff Bezos (dueño de Amazon) y del británico Sir Richard Branson (propietario de Virgin), los tres lanzados en sendos proyectos de conquista del espacio, investigación tecno-científica y turismo espacial.
Esto, a mi juicio, por lo menos para el caso de los Estados Unidos, representa un cambio de paradigma en el modelo de la exploración espacial dominante hasta hace poco, pasando de la financiación desde el Estado o sus sucesivos gobiernos y sus agencias encargadas (NASA), al anhelo de infancia de estos multimillonarios emprendedores.
Lo anterior me lleva ineludiblemente a reflexionar sobre dos asuntos: uno, en un paralelo entre el Descubrimiento de América y estos acontecimientos recién descritos, tanto por la envergadura de tal empresa, como por el hecho de tratarse de un emprendimiento. Y dos, en nuestra naturaleza humana siempre curiosa de saber y de desplazarse para conocer qué hay más allá de lo evidente a nuestros ojos. Quizás nuestro destino y supervivencia como raza humana está ligado a esta posibilidad, tal como un día lo dijera el famoso físico Stephen Hawkins.
En perspectiva, atrás quedan en el tiempo los primeros pasos del hombre en esta carrera, pues luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), y en el contexto de la Guerra Fría (1945-1991), las dos grandes potencias que surgieron: los Estados Unidos y la Unión Soviética, dieron sus batallas no sólo en el terreno político e ideológico, sino también en el tecnológico.
Había que probar cuál de los dos sistemas era mejor y para eso la carrera armamentística con la amenaza permanente de destrucción nuclear mutua asegurada y la carrera espacial estaban desatadas.
Fueron los rusos quienes ganaron las primeras partidas y se adelantaron a los norteamericanos poniendo en órbita en 1957 el primer satélite artificial: el Sputnik, así como los primeros cosmonautas; hasta que el presidente John Kennedy aumentó la apuesta embarcando a su país en un ambicioso proyecto que prometía poner el primer hombre en la luna antes del fin de la década del 60 del pasado siglo. Pienso que para todos es conocido el resultado de esta historia y el éxito de las misiones Apolo en este sentido.
Hoy, poco más 50 años después de dichas hazañas, nos encontramos en el inicio de una etapa diferente que nos invita a pensar que frente a todos los graves problemas y desafíos que hoy enfrenta nuestro mundo y la Humanidad en su conjunto, hay siempre una luz de esperanza que nos motiva a dar lo mejor de nosotros y buscar soluciones más allá de nuestros límites humanos.