De imposiciones y acuerdos constituyentes

De sumo interesante se ha transformado el actual e inédito proceso constituyente en Chile, una experiencia que a nivel internacional es visto por países y expertos, los que más de una opinión ya han entregado al respecto. Este proceso busca, ni más ni menos, entregar al país y a sus habitantes una nueva Constitución política, por lo que debe ser observado y tratado con el mayor de los cuidados democráticos, bajo sus reglas y prácticas. Es por ello que, tanto la forma como el fondo aquí deben ser muy atendidos y cautelados, pues si bien no es menor cosa, tampoco es una pócima mágica que solucione todos nuestros problemas.

Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, RAE, en su quinta acepción, la palabra “acuerdo” significa: reflexión o madurez en la determinación de algo. Asimismo, para la palabra “imposición”, la RAE en su segunda acepción indica que es: exigencia desmedida con que se trata de obligar a alguien.

Es precisamente en este contexto, donde en conversaciones y foros en los que se ha podido ver y escuchar a nuestros Constituyentes electos, se han deslizado ciertas expresiones o afirmaciones que probablemente no sean las más prudentes ni menos las que el actual proceso requiere. Tal es el caso, por ejemplo, de la expresión: “los grandes acuerdos los vamos a poner nosotros y que quede claro, y los demás tendrán que sumarse”, lo que denota un tufillo de sectarismo, con un abierto revanchismo como también una actitud inicial que cierra las puertas al diálogo y, precisamente, a poder obtener puntos en común que sean beneficiosos para todos los chilenos. Todo lo anterior finalmente sólo le resta protagonismo y confiabilidad al proceso que es colectivo y no de individualidades.

La democracia y los acuerdos que Chile requiere sólo podrán avanzar en la medida que existan las voluntades para ello, por lo que imponer se aleja precisamente de aquello. En la historia del mundo, de sus sociedades y países, las elecciones siempre han arrojado vencedores y vencidos, lo que no puede ni debe significar, bajo ningún punto de vista, que los primeros puedan “eliminar” simbólica o físicamente a los segundos.

No es prudente pretender sacrificar la pluralidad que Chile legítimamente posee, donde de manera evidente y natural no todos pensamos ni votamos de la misma manera, entonces más que buscar el cómo impongo mi ideario, el desafío al cual nos invita esta nueva Constitución política es a considerar de qué voy a ser capaz de desprenderme para buscar un acuerdo.

Nuestro proceso constituyente se debe construir con todos y todas, pues sólo de esta forma la sociedad chilena podrá legítimamente -en su conjunto- considerarse parte de él. Aquí no sólo estamos hablando de un análisis lineal de mayorías aritméticas electorales, estamos hablando de la sana convivencia que debe existir en todo país, donde no se puede pretender sacrificar la libertad alienándola en su expresión a sólo poder ser una adhesión a las mayorías.