Un pesebre en nuestro corazón
Hace ya un par de semanas, quienes ingresan a nuestra sede, pueden ver en la entrada un luminoso árbol de navidad; y si la prisa de los tiempos modernos lo permite, y bajan un poco la mirada, podrán ver un pesebre. Estos dos símbolos, de alguna forma tratan de conectarnos visual y emocionalmente con el período navideño que estamos viviendo.
Si bien es cierto que el árbol es hoy casi por definición el símbolo universal de que estamos en navidad, el pesebre es un símbolo mucho más tradicional que nos conecta con el verdadero significado de esta fiesta.
La tradición le atribuye a San Francisco de Asís haber armado el primer pesebre viviente, en 1233 en Greccio, una pequeña localidad situada entre Roma y Asís.
El Santo se encontraba débil y enfermo, y pensaba que sus días en la tierra estaban pronto a finalizar, por lo que quiso celebrar la navidad de una manera diferente. Con ayuda de algunos fieles amigos y personas de la comunidad del pueblo, prepararon en una gruta una escenificación del nacimiento de Jesús con personas y animales vivos.
Todo esto se hizo en secreto y la noche de navidad sorpresivamente las personas del pueblo escucharon repicar las campanas insistentemente llamando a la comunidad. Las personas sorprendidas y un poco asustadas salieron de sus casas alumbrándose con antorchas y vieron a Francisco que los llamaba a dirigirse a un lugar en las faldas de la montaña. Cuando llegaron allí se encontraron con el maravilloso espectáculo de presenciar la primera Navidad, como hubo de ser en Belén hace ya más de mil años atrás. Luego el sacerdote amigo de Francisco celebró la misa del gallo en la misma gruta, con lo cual el niño Jesús fue recibido entre los hombres.
Esta tradición se afianzó con el tiempo convirtiéndose en un símbolo insustituible de la Navidad, ya que nos recuerda qué es lo que celebramos: el nacimiento de Dios hecho hombre, que vino entre nosotros por su inmenso amor para salvarnos entregándose pleno en cuerpo y sangre.
Las familias con mucha anticipación armaban en sus casas sus pesebres: grandes, pequeños, algunos muy modestos; en las vitrinas de las tiendas comerciales, entre los diferentes adornos que las engalanaban, nunca faltaba el pesebre, ocupando muchas veces un lugar principal.
Los tiempos han cambiado, y la espiritualidad de esta fiesta se ha extraviado, entre la fiebre del consumo y los deseos de pasarlo bien. Y así la navidad ha pasado a ser una fiesta más; y entre todas las víctimas de esto el pesebre ha sido la principal.
El árbol navideño ha permanecido porque su significado se asocia indisolublemente a los regalos materiales, que para muchos representan el motivo principal de navidad. Pero el pesebre tal vez se asocia a una simple creencia religiosa, que como muchas ya dejó de estar de moda.
Sin embargo, ver en el pesebre representado el nacimiento de Jesús nos debe remover el corazón y hacernos reflexionar en torno a porqué y qué estamos celebrando. El mayor regalo que podemos recibir en Navidad es Cristo y su mensaje, y si eso es capaz de transformar nuestro corazón para hacernos más sensibles al dolor ajeno, más compasivos y solidarios, más fraternos y dispuestos al servicio, estaremos realmente celebrando navidad, o Natividad, es decir el nacimiento. Ver su representación material en las figuras también nos recuerda que el Señor nació como un pobre entre los más pobres, quienes le recibieron con gozo y con amor.
Nuestra invitación es entonces a no perder esta tradición, y celebrar Navidad recibiendo y acogiendo a Jesús, armando un pesebre en nuestras casas, en nuestros lugares de trabajo, pero principalmente en nuestro corazón.