La importancia de retomar el espíritu original de Semana Santa

Se acerca un fin de semana largo y el aire se llena de expectativas a nuestro alrededor ¡Por fin un descanso!, ¡qué rico poder salir de Santiago!  ¡Hay que preparar un buen ceviche y pescado frito!, ¿dónde venden empanadas de mariscos?

Frases como éstas se tornan habituales y así variados panoramas recreativos, gastronómicos y de todo tipo.

No obstante lo anterior, me nace la siguiente interrogante: ¿Y dónde está Cristo? No lo escucho nombrar muy a menudo. Entonces, ¿qué estamos conmemorando en Semana Santa?… en esta vorágine de secularidad y materialismo el verdadero sentido de esta fecha se va difuminando más y más.

Antes, todo el entorno nos lo recordaba: música suave o religiosa en las radios, las iglesias se llenaban de feligreses en oración, se suspendían fiestas y otras celebraciones, la televisión emitía películas religiosas y en algunos casos, la gente hacía ayuno.

Hoy las cosas han cambiado. Vivimos en una sociedad cada vez más secular, donde casi es mal visto ser creyente, los feriados religiosos han pasado a ser un buen pretexto para el descanso común o la celebración alegre y mundana.

¿Qué debiéramos hacer entonces?

Para los cristianos en general, la respuesta debiera ser muy clara: esta fecha constituye el eje de nuestra fe, de nuestra vida espiritual y litúrgica. Conmemoramos la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo, el que vino a salvar a la humanidad, reconciliándola con el Creador mediante su sacrificio voluntario. Por lo tanto, nuestra actitud debiera ser de recogimiento, oración, buenas obras, ayuno, en fin, para un cristiano nada del otro mundo…o mejor dicho, poco de este mundo.

Me detengo en un solo aspecto: la abstinencia de carne y el ayuno. Esta práctica no está prescrita expresamente en la Biblia, más bien es parte de lo que se denomina la Santa Tradición, mantenida desde las primeras comunidades cristianas través de los tiempos.

En Occidente la iglesia lo ha practicado regularmente desde el Siglo IV, incorporándolo luego a los cánones eclesiásticos. Jesucristo ayunaba en momentos importantes, cuando iba a orar, cuando iba a elegir los apóstoles, o cuando sabía que iba a ser sometido a las tentaciones del mundo. Los primeros cristianos lo practicaban como una forma de purificación corporal y espiritual. Unido a la oración es también la forma de situarnos en el martirio de Cristo, y prepararnos a resucitar con él.

La Iglesia Católica especifica que las personas que tienen entre 14 y 59 años están obligados a ayunar cada viernes de Semana Santa, quedando exentos de hacerlo quienes presenten algún tipo de enfermedad, discapacidad o imposibilidad por diferentes razones.  La abstinencia de carnes rojas el Viernes Santo va en el mismo sentido.

Sin embargo, esto se ha ido desvirtuando con el paso del tiempo y transformando más bien en una suerte de variación gastronómica, donde las carnes rojas se reemplazan por otros alimentos, pero sin respetar el sentido original de frugalidad y de sacrificio. Así entonces, el ayuno y abstinencia de ciertos alimentos pierde todo valor si no conlleva sacrificar nuestros apetitos corporales para limpiar nuestro cuerpo y nuestro espíritu y entrar en sintonía con el sacrificio de Cristo, morir con Él y resucitar en su gloria.

¿Cuál debe ser entonces nuestro sacrificio? Un ayuno corporal sincero implica renunciar por un tiempo, no a lo que requerimos para mantener la vida y la salud,  sino  a todo aquello que complace nuestro ego y nuestros sentidos;  a los alimentos podemos agregar otros ayunos, como por ejemplo el ayuno de la palabra, ejerciendo el bendito silencio, evitando criticar u ofender a los demás; el ayuno de nuestros hobbies o aficiones que nos recrean, pero también a veces nos aíslan de la realidad;  el ayuno de las redes sociales, que nos sumergen en mundos ficticios; el ayuno del consumismo, que nos lleva a gastar lo que no tenemos para presumir de nuestras posesiones materiales.

En fin, más que dejar de comer carne de vacuno y deleitarnos con productos del mar, la invitación es a que, como cristianos consecuentes en esta Semana Santa  hagamos un esfuerzo sincero de renuncia para darnos un espacio de espiritualidad, para acompañar a Cristo en su camino hacia el calvario, en su descenso a la muerte y su ascenso a la Gloria.

Cristo no nos pide nada, pero nosotros somos quienes debemos darle todo.