Semana de Santo Tomás de Aquino
En su encíclica Aeterni Patris, publicada un año antes, consiga que “entre los Doctores escolásticos brilla grandemente Santo Tomás de Aquino, Príncipe y Maestro de todos, el cual, como advierte Cayetano, «por haber venerado en gran manera los antiguos Doctores sagrados, obtuvo de algún modo la inteligencia de todos». Sus doctrinas, como miembros dispersos de un cuerpo, reunió y congregó en uno Tomás, dispuso con orden admirable, y de tal modo las aumentó con nuevos principios, que con razón y justicia es tenido por singular apoyo de la Iglesia católica; de dócil y penetrante ingenio, de memoria fácil y tenaz, de vida integérrima, amador únicamente de la verdad, riquísimo en la ciencia divina y humana, comparado al sol, animó al mundo con el calor de sus virtudes, y le iluminó con esplendor.”
Lo hemos tomado como patrón haciéndonos eco de la declaración del Sumo Pontífice. Dada nuestra inspiración cristiana y dado que tenemos mucho que aportar a nuestra sociedad, especialmente en la Educación, lo asumimos como patrón de forma especial.
Lo tomamos también como modelo porque en su vida y su quehacer personal se destacó como profesor y como alumno. Fue un gran santo y un gran sabio, sí, pero a la vez muy aterrizado. Por eso, también han dicho de él que es “El más santo entre los sabios y el más sabio entre los santos” (Pío XI).
Por ello, y conmemorando la fecha de esta preciosa declaración, es que año a año celebramos en el mes de agosto la Semana de Santo Tomás de Aquino, en la cual se realizan actividades académicas y eclesiásticas para acercarnos a su persona. ¿Quién fue Tomás? ¿Por qué le conocemos? ¿Cuál fue su aporte? Ciertamente son preguntas cuya respuesta es tremendamente profunda.
Su vida se presenta como un estímulo también para el hombre de nuestro siglo. Especialmente por la responsabilidad con que hizo fructificar todas las cualidades humanas que había recibido. Su extremada inteligencia, poco común, se movió en un horizonte amplio, abierto, donde pudo expresar lo mejor de sí. Valoró todos los métodos científicos de su época que le permitían adentrarse en lo más profundo de la realidad en toda su extensión y complejidad y supo armonizar los logros de este campo con el contenido revelado de la fe cristiana.
Queda en pie la invitación a toda la comunidad tomasina de asumir el desafío de conocer a este hombre sabio y santo, y dejarnos guiar por él para establecer relaciones de armonía entre fe y razón para crecer en la verdad. Pues, tal como ha recordado Benedicto XVI: “Sería pobre una educación que se limitase a dar nociones e informaciones, pero que dejase a un lado la gran cuestión acerca de la verdad, sobre todo aquella verdad que puede guiar nuestra vida”.