Estar vivo nos aporta infinidad de posibilidades y nos abre muchos caminos. Uno de estos, no el menor, es la posibilidad de pasar una página nueva después de una tachadura o borrón. Es porque somos libres que podemos arrepentirnos, pedir perdón y enmendarnos, es decir, podemos crecer como personas, aunque también existe la opción contraria. Y esto puede ser cada día, cada semana, cada año.

Algo de este aire fresco y optimista se presenta cada año -y no sólo para los católicos- en los llamados tiempos fuertes del año litúrgico. Ahora estamos ante uno de ellos. Durante los cuarenta días de Cuaresma, en efecto, podemos abrirnos a la verdad de nuestra débil condición de personas llamadas a altos ideales pero que caen muy a menudo en grandes cenagales o en pequeños charcos sucios. Por eso, este tiempo resuena como una invitación constante a la conversión, a asumir las páginas mal escritas y a pasarlas para volver a escribir la aventura de la vida, como si fuera la primera vez.

La tinta fresca está a nuestra disposición, aunque el lápiz -que somos cada uno- nos parezca incapaz de escribir nada bello, pero hasta el lápiz puede ser renovado. Pero ha de dejarse renovar por los medios que cada año vuelven a estar disponibles y a los que se invita a acudir: ayuno, oración y limosna; y, por qué no, acompañados de una buena confesión.

El Papa Francisco insta en su reciente Mensaje para la Cuaresma 2017 a no dejar escapar esta nueva oportunidad. Invita a ponernos a la escucha de la Palabra de Dios, que nos recuerda quiénes somos y Quién es Él, y la manera de vivir de acuerdo a nuestra dignidad, sin rebajarnos a divinizar los medios a nuestro alcance ni a vivir de apariencias que nos hacen olvidar nuestra patria definitiva.

40 días a partir del 1 de marzo -miércoles de cenizas- para avanzar algo, con su ayuda, en nuestra gran vocación de vivir como hijos de Dios y herederos del cielo. Queda abierto el capítulo de la vida que cada uno escribirá.