La poderosa y olvidada arma de “lo fundamental “para construir

Nuestro país va caminando, observando cada vez más cerca la luz al final de un túnel horroroso y mortal llamado Sars Cov-2 y sus variantes. La pandemia en este último tiempo nos ha tenido de rodillas suplicando un porvenir mejor. Estamos volviendo a una cierta “normalidad”. Al parecer este tiempo pandémico nos hizo adquirir y potenciar muchas actitudes nuevas y buenas, pero también nos hizo adquirir y/o profundizar de las “otras”.

Si echamos una mirada a la realidad actual, vemos que la violencia se ha ido tomando las carteleras de los medios de comunicación social y distintas esferas de nuestra sociedad: en la vía pública, en lugares habitados, en los estadios, en las regiones, en los colegios, en las universidades, etc. Me quiero centrar fundamentalmente en la violencia que se está viviendo en variados establecimientos de educación secundaria, desde aquellas manifestaciones de violencia más bulladas y espectaculares hasta aquellas que suceden en las aulas, en el patio, en lo recreos, con los apoderados y apoderadas, entre docentes y que no salen publicadas en ninguna parte pero que día a día van mellando y dañando el ambiente educativo de las comunidades como la gota de agua que daña la madera.

¿Qué hacemos ante esta realidad? La respuesta tiene directa relación con la educación, dado que será en estos ambientes desde donde debemos comenzar a desarrollar el “arma más poderosa para combatir esta violencia”, esa arma es evidenciar de manera fuerte y clara la importancia y valor que tiene la persona humana. Fundamentalmente en las familias y en las comunidades educativas, pero también en todo lugar y espacio, debemos decir que ante toda situación y circunstancia no podemos olvidar la centralidad que debe tener la persona humana y el respeto a su irrestricta dignidad. El otro y la otra no son un adversario, no son competidores a quienes debo ganar, no son una cosa con la cual puedo transar, no son  un objeto del cual puedo abusar, no son un material de desecho el cual puedo perder, no son un blanco de puntería al cual puedo dañar, sino que son otros y otras iguales a mí en dignidad a quienes debo cuidar, a quienes debo acompañar en su desarrollo, con los cuales comparto un espacio en donde todos nos debemos plenificar y reconocer en nuestra diversidad cultivando la hospitalidad.  Esto se enseña, se atesora, se cuida y se desarrolla.

Esta centralidad de la cual hablamos se perdió; aparentemente ya no está. Esta realidad antropológica, que hunde sus raíces en lo más profundo de lo que somos, cambió, esta piedra angular en donde se construye la sociedad se movió de su sitio y debemos recuperarla. Será un imperativo volver a decirnos esta verdad. En una sociedad postmoderna que busca la verdad o que incluso declara que la verdad no existe, se presenta una verdad inalienable que nos hará ir enmendando el rumbo y que será “un arma fundamental” para seguir construyendo un país que sea una mesa para todos y todas en donde tengamos un trabajo, una familia, un barrio, un colegio, un país más humanizador y humanizante.

 

Christian Guzmán Verdugo

Subdirector Nacional de Formación e identidad Santo Tomás