La  desigualdad de género existe a nivel de sociedad, y por supuesto la educación no ha sido una excepción a esta inequidad. En un recorrido por la historia, podemos señalar que en los siglos XVI y XVII sólo algunas niñas acudían a colegios conventuales reservados a la nobleza. Con la revolución francesa y la independencia de las colonias americanas, emergen incipientemente los movimientos feministas, y a finales del siglo XVIII y principios del siglo XIX la mujer se incorpora a las instituciones educativas, aunque su formación se orientó a la función de esposas y madres. En Chile se hace obligatoria la primaria desde 1920, hito importante para aumentar el número de niñas en las aulas de clase.

Destacando los avances conseguidos, continuamos con tareas. Por ejemplo, en general, la sociedad asocia el esfuerzo a las mujeres y la inteligencia en los hombres, como si la inteligencia tuviese relación directa con el género. Existen textos como los de “Documentos de Trabajo”  de la Universidad Complutense de Madrid, que indican que se creía que efectivamente “existían diferencias en las capacidades intelectuales de ambos sexos. Además, junto con esta concepción, se tenían ideas férreas en cuanto a su rol social de mujer: hija, esposa y madre”. Todo este contexto, ha llevado a que las mujeres elijan estudios relacionados con salud, y humanidades.

La historia también nos muestra a mujeres notables: Marie Curie, ganadora del Nobel de Física, y el Nobel de Química; Hedi Lamarr, inventora y actriz, destaca su aporte a la comunicación inalámbrica; y María Teresa Ruiz, pionera en ingresar a Princeton para obtener un doctorado en Astrofísica y es la única mujer que ha recibido el Premio Nacional de Ciencia en Chile en el año 1997. Ellas son científicas que inspiran a que niñas y jóvenes pierdan el miedo a las ciencias y a la tecnología.

En nuestra región de Los Ríos, del total de estudiantes en educación superior el año 2018, el 52 % eran mujeres, dando cuenta de un importante avance en cobertura.

Aún quedan grandes desafíos, y uno de ellos es aumentar la cantidad de mujeres que elijan carreras de ciencia y tecnología, dejando de lado el estereotipo clásico de carreras u oficios para hombres o mujeres, solo por su dificultad. Mejorar los indicadores de retención femenina en educación superior; y fomentar la formación de liderazgos y la participación femenina en la política, las instituciones públicas, las organizaciones gremiales y la empresa privada en un contexto integrador. Solo de esta forma estaremos contribuyendo a disminuir la brecha de género.