Ese encuentro casual, esa magia que encanta en los amigos, la afinidad encontrada después de muchos años de soledad, el saberse acompañado en este mundo y poder tener un compañero de ruta que busca gozar con lo mismo que yo. Todos estos dones otorgados por la Amistad, deben constituir una presión espiritual de agradecimiento a Dios. Si dejo de lado este sentimiento, sin duda alguna, la Amistad no mantendrá su buen espíritu.

Como puede verse:

“La Amistad no es una recompensa por el criterio y buen gusto que hemos demostrado al descubrirnos mutuamente. Es el instrumento mediante el cual Dios revela a cada uno las bellezas de todos los demás. No son mayores que las bellezas de miles de otras personas: mediante la Amistad, Dios nos abre los ojos a ellas. Al igual que todas las bellezas, derivan de Él y luego, en una buena Amistad, son incrementadas por El a través de la Amistad misma, de tal manera que esta es Su instrumento para crear y a la vez para revelar. En este festín, es El quien ha dispuesto la mesa y elegido a los invitados. Es El quien-esperémoslo así-, a veces preside, y siempre debiera hacerlo. No prescindamos de nuestro Anfitrión”. (1)

No dejemos de lado a Dios. Este peligro parece menor cuando la vida es muy ingrata y sufriente, pero la felicidad divina que otorga la amistad, nos hace querer detenernos en este mundo, donde somos realmente felices. No debemos olvidar al verdadero Señor de la dicha. La Amistad es -en este sentido – el más peligroso de los amores. El que mayormente nos puede llevar a confundir la alegría terrenal con aquella alegría inefable que nos está deparada y que nuestros amigos nos deben ayudar a pre -sentir.

La presencia de Dios es relevante en la Amistad. Su mano debe dirigir y armonizar los encuentros y verdades que se dan en ella. Parece una evidencia; sin embargo, Lewis llama a no prescindir de ese anfitrión. Los amigos tienden a fraguar su relación olvidándose de Él, causando un rompimiento del fundamento que hizo nacer este Amor.

Al hacerse ajenos a la verdadera luz que los alumbra confundirán los destellos, los fogonazos y las fosforescencias con la luminosidad verdadera. La conversación, el encuentro, la compañía, no deben permitir que el gozo efectuado no nos remonte a su causa. La felicidad entraña un misterio y el bien recibido genera, naturalmente, gratitud. Una verdadera Amistad nos revela a Dios como autor de la misma, puesto que por la Alegría recibida en ella el hombre vislumbra cánones divinos.

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(1) LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile 2001 p. 108-109