El 2 de febrero celebramos el Día Mundial de los Humedales, ambientes clave para la conservación de la biodiversidad, que además provee funciones y servicios ecosistémicos cruciales en estos tiempos de crisis climática.

En coincidencia con esta fecha emblemática, lamentamos el incendio forestal que afecta a la comuna de Timaukel, en Tierra del Fuego, que ya ha arrasado más de 1.300 hectáreas y que ha comenzado a quemar turberas del Parque Nacional Karukinka.

Las turberas son un tipo muy especial de humedal. Formados hace miles de años, se caracterizan por presentar condiciones que permiten la acumulación de materia orgánica parcialmente descompuesta y son capaces de absorber grandes cantidades de CO2, superando incluso a los bosques. Por ende, estos humedales juegan un rol clave para la mitigación del cambio climático.

El Parque Natural Karukinka acoge más de 30.000 hectáreas de turberas, protegidas por un decreto del Ministerio de Minería, en virtud de su enorme valor científico. Además de estas turberas, Karukinka alberga una biota diversa, que incluye bosques con lengas de cientos de años, coigües de Magallanes, ñirre, canelo, michay y calafate, así como diversas especies de líquenes, hongos y flores, sin contar la gran diversidad de fauna fueguina que allí habita.

Dos de las principales amenazas que enfrentan estos ecosistemas únicos en el mundo son producto de la acción del ser humano: la invasión del Castor (Castor canadensis) y los incendios forestales.

Hoy los esfuerzos están centrados en el control del incendio, pese a las dificultades de acceso y la acción del viento. Pero la prevención y control de estas amenazas requiere un esfuerzo conjunto del Estado y todos los actores de la sociedad, y lamentablemente la respuesta ante el incendio ha sido lenta, por falta de recursos y aportes desde el nivel central.

No hacerlo pone en riesgo no solo vidas, ecosistemas, paisajes y especies, sino que hace peligrar el acervo biológico y un valioso capital natural que Chile y el mundo no pueden darse el lujo de perder, menos en este momento.

Hoy un ecosistema frágil de bosques y turberas está en riesgo y las probabilidades de restaurar lo perdido son bajas, dado que ambos requieren cientos de años para recuperarse y recolonizar las áreas afectadas.

Es momento de que repensemos nuestra política de incendios y sopesar la evidente escasez de recursos frente a exigencias crecientes. Es necesaria una mejor red de acción ante estos siniestros, con capacidad de respuesta y recursos descentralizados, capaces de abordar los desafíos de cada región.

Paradójicamente, en la semana de los humedales estamos preocupados por el incendio en uno de ellos.

 

(*) Esta columna fue escrita en conjunto por Fabio A. Labra, Investigador del Centro de Investigación e Innovación para el Cambio Climático (CIIC) de la Universidad Santo Tomás, y por Heraldo V. Norambuena, Investigador del Centro Bahía Lomas de la Facultad de Ciencias de la Universidad Santo Tomás.