Hablar de género es referirnos a los procesos sociales que definen la cualidad de ser hombre o mujer en un determinado contexto. La construcción social del género implica un proceso de significación, donde al bio-cuerpo hombre o mujer se asignan una serie de significados que, poco a poco, se tornan naturales y definitorios.

Cotidianamente y sin darnos cuenta, enfrentamos afirmaciones como “siéntate como señorita”, “los hombres no lloran”, “las mujeres son mejores cuidadoras”, “los hombres sólo piensan en sexo”; o nos encontramos, dejando que nuestros hijos vean televisión, mientras nuestras hijas sirven la mesa.

Coincidamos entonces en que ser hombre o ser mujer no es sólo una cuestión biológica, sino una construcción social, que en nuestra cultura occidental ha implicado la definición de espacios desiguales de participación y poder, estableciendo estereotipos sociales que asocian a la mujer con el espacio privado- doméstico, la afectividad, la pasividad o la capacidad de “soportar por el bienestar de otros”; y al hombre, con el espacio público-productivo, la racionalidad, la acción o con la capacidad de violentar “por no poder controlarse”. Estas asociaciones estereotipadas de género se constituyen en una violencia cotidiana que limita las posibilidades de desarrollo, tanto para hombres como para mujeres.

Es común en nuestros días que un hombre, sólo por el hecho de ser hombre, se sienta con el derecho a acosar a una mujer en la calle o con atribuciones para exigir a su pareja en el ámbito sexual, en su vestimenta y amistades. Es común también que una mujer, sólo por el hecho de ser mujer, reciba menos remuneraciones por realizar el mismo trabajo que un hombre o que sus acciones u opiniones sean atribuidas a una supuesta inestabilidad hormonal.

Las instituciones públicas y privadas, que trabajan desde una perspectiva de género, invitan, a través de la conmemoración del 25 de noviembre como “Día internacional de la eliminación de la violencia contra la mujer”, a generar espacios de trasformación desde la cotidianidad. Si partimos de la base de que “ser hombre o ser mujer” es una construcción social, entendemos también que todos podemos aportar en las trasformaciones que generen espacios reales de respeto, donde todos y todas convivamos en espacios de relación, sustentados en el reconocimiento y la legitimidad.