Todos los amores tienen la necesidad de ser gobernados. Eros también necesita ayuda para la trascendencia que debe darse desde todo amor. Sí, como observamos, su glorificación en el mundo de hoy, obnubila la inteligencia del hombre. Es por creerse que está sostenido desde él mismo. Eros está solo y sus placeres actuales parecen negar tal soledad; necesita de otros amores que lo complementen para ver su posibilidad de subordinarse al amor divino. Estos impedimentos nacen de la condición que ve a Eros como la mejor forma de autorrealización y felicidad. Eros y Venus, en su divinización contemporánea, se adecúan a las certezas que Lewis nos propone meditar, especialmente, la ceguera para señalar una felicidad verdadera, que no intuye nada más allá de la autoidolatría y de su pretendida autosuficiencia.

 

Esto le permite sentenciar a Lewis que:

 

“… el Eros, al igual que todos los demás amores, pero de manera más impresionante dada su fuerza, su dulzura, terror y formidable presencia, revela su verdadera condición. De por sí no puede ser lo que, no obstante, debe ser si ha de seguir siendo Eros. Necesita ayuda; por lo tanto, necesita ser gobernado. El dios muere o se convierte en demonio a menos que obedezca a Dios”. (1)

 

Eros es semejante a los otros amores, porque posee las mismas características, pero tiene una fuerza inusitada, rebelde y colérica; es un desenfreno inscrito en su naturaleza misma; vive en los extremos de la dulzura y el terror; su forma lo emparienta con lo demoníaco, que denuncia Lewis, en todo amor que no reconoce sus limitaciones; no obstante, Eros aún subordinado, encauzado por la realidad divina, debe conservar aquello que lo identifica: su ímpetu arrebatador. La dificultad de su solicitar estaría allí. Debe pedir aquello de lo que más se gloría, reconociendo que esa fuerza tan suya, sólo es tal si es alimentada desde otra fuente ajena y trascendente.

 

A modo de ejemplo y conclusión de esta meditación sobre el Eros, citamos el relato hecho por Lewis desde el dolor provocado por la muerte de su esposa. Aquí se nos revela cómo el amor esponsal puede ser vivido como un amor natural, tocado por la gracia, y por los aspectos divinizantes que enseña la verdad cristiana.

 

 “El matrimonio hizo por lo menos una cosa para mí. Nunca más podré creer que la religión es manufactura del inconsciente y los deseos hambrientos, ni un sustituto del sexo. Pues durante esos pocos años H. y yo nos dimos un festín de amor, de todas sus modalidades, solemnes y graciosas, románticas y realistas, a veces tan dramáticas como tormentas, a veces tan confortables y consuetudinarias como ponerse pantuflas. Ninguna hendidura del corazón o del cuerpo quedó insatisfecha. Si el amor fuera un sustituto de Dios, habríamos perdido todo interés en El. ¿Quién se molesta con sustitutos si posee la cosa misma? Pero no es eso lo que sucede. Los dos sabíamos que queríamos algo además de nosotros mismos, una especie de querer enteramente distinto. Decir otra cosa sería lo mismo que decir que cuando los amantes se tienen el uno al otro ya nunca querrán leer comer o respirar”. (2)

 

El trozo de amor matrimonial descrito es excepcional. Es un paradigma que pone frente al rostro la vivencia de dos seres que pueden decir cómo dos se hacen uno. Muchas historias de amor son demostraciones de pasiones desenfrenadas y trágicas; sin embargo, la historia de Lewis y su esposa Joy, que se plasma en  un “festín de amor”, se manifiesta en una plenitud distinta que pareciera abarcar todos los amores: se ve el Afecto maravilloso “ponerse las pantuflas”, a Eros y Venus” “Ninguna hendidura del corazón o del cuerpo quedó insatisfecha”, pero quizás lo más paradigmático del amor que se tuvieron, es la existencia de un detalle, que lo es todo: transportan a un amor distinto más verdadero. Lo ejemplar, lo tajantemente otro de este amor, es simplemente que se sabía parte de un amor más profundo: “queríamos algo además de nosotros mismos”. Reconocieron que lo absoluto de su amor no era Absoluto.

 

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(1) LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile 2001 pp139.

(2) LEWIS, C.S. Una pena observada. Andrés Bello, Santiago de Chile 1994 p2.