Emisiones en Alemania y las lecciones para Chile

El año pasado saltó a las primeras planas de la prensa mundial que la marca Volkswagen (VW, el auto del pueblo en su traducción literal del alemán) había instalado un software para disminuir las emisiones contaminantes al momento de ser sometidos a revisión técnica, engañando a la autoridad, saltándose la norma, y teniendo que enfrentar – sólo en los EE.UU. – multas por más de 2 mil 800 millones de dólares. Aún está por verse lo que deberán pagar en Europa, sin contar los cientos de miles de vehículos que deberán volver a talleres.

Hace unos días, dicho escándalo ha vuelto a reflotar afectando ahora a las 5 grandes marcas de automóviles del país: Audi, Mercedes Benz, Porsche y VW, acusadas de lo mismo, pero a mayor escala, el llamado “dieselgate”. Problema que se hubiese evitado con un tanque de combustible más grande (un asunto de diseño) y un componente químico que se puede agregar al combustible.

La falta de honestidad, el afán desmedido de ganar a cualquier costo, el daño a la reputación no sólo para las marcas involucradas, sino también a la imagen país, han alcanzado ribetes hasta ahora inimaginables. Marcas que otrora gozarán de gran prestigio y reputación en todo el orbe, como máquinas de calidad, precisión, elegancia y alto estándar, hoy en día se ven cuestionadas no sólo en su integridad sino también en su calidad.

Escándalo que no sólo sacude a la clase empresarial sino también a la política, y extrañamente, al contrario de lo que suele suceder en nuestro país, han sido los políticos quienes han salido a dar la cara intentando hacer lo correcto. El ministro de transportes alemán, Alexander Dobrindt, enfrenta duras críticas a casi dos meses de las elecciones generales. La oposición lo acusa, especialmente los verdes, de haber sabido desde 2016 la existencia de un informe que alertaba sobre esta situación. Dobrindt se defiende argumentando que en ese entonces había algunos indicios, pero no certezas.

Como sea, parece ser que los políticos en Alemania se esfuerzan por hacer lo correcto y no tan sólo lo políticamente correcto. Por lo menos, así lo hizo en su momento la Canciller Ángela Merkel cuando en una decisión inédita e impopular, abrió las puertas a los inmigrantes por la crisis de refugiados que afecta a Europa, soportando estoicamente las críticas provenientes desde su propio sector. El tiempo parece haberle dado la razón, pues si bien al principio tuvo un bajón en su popularidad, hoy se levanta fuerte por sobre el candidato socialdemócrata ad portas de una nueva elección. Situación parecida, aunque con matices, a la de Goic y Rincón, con la baja forzada de este último como candidato a diputado por el Distrito 33 de la Región de O’Higgins.

Para el caso chileno, son muchas las lecciones que se pueden sacar porque nosotros no hemos estado ajenos a este tipo de escándalos: la colusión del confort, la de los pollos, las galletas Cómpeta, la leche mal elaborada del Laboratorio Braun Medical, etc., son algunos de los casos que nos han afectado, dañando gravemente al conjunto del empresariado, por sobre unos pocos, quienes son los verdaderos responsables de tal descalabro.

Todo indica que las asociaciones gremiales que agrupan a los empresarios han acusado el golpe, preocupados por elevar sus estándares éticos, y que están o han tomado las medidas necesarias para que casos como estos no se vuelvan repetir, ya que por culpa de unos pocos se suele responsabilizar a la totalidad del colectivo. En resumen, de lo anterior se puede aprender que es mejor ponerse rojo una vez que colorado por siempre. La ética y la demanda de buenas prácticas es hoy una exigencia ciudadana ineludible, puesto que la falta de confianza pública hacia las empresas debilita los mercados financieros y afecta directamente al desarrollo económico y social. Todo lo demás es música, parafraseando a uno de nuestros líderes políticos.