El estudiante como Dasein: errar, cuidar y aprender
En la formación de pregrado de Enfermería, de manera recurrente se entiende al error como una falla exclusivamente técnica que debe ser corregida de manera inmediata. Desde una mirada cuantitativa, positivista y paternalista, la equivocación del estudiante se reduce a una desviación del protocolo establecido o al incumplimiento de una pauta de evaluación. No obstante, esta perspectiva funcionalista -aunque necesaria para la seguridad clínico asistencial- es insuficiente para comprender la experiencia profunda y su impacto en el complejo proceso de aprendizaje en la educación superior. En ese contexto, es que la fenomenología entrega una interesante propuesta: considerar al estudiante como Dasein, es decir, un ser que se construye desde el hacer y desde el ser, dado que su existencia está moldeada por la experiencia forjada por sus aciertos y fallos.
En la filosofía heideggeriana, la persona es un ser-en-el-mundo, que es lanzado a su contexto sin que pueda elegir las condiciones donde estará, obligándolo a adaptarse. En ese escenario, el error no es solo el incumplimiento de una lista de verificación, sino que una experiencia existencial que expone su límite, su finitud y la incompletitud de aquel que está aprendiendo. El estudiante no es solo máquina de ejecución de procedimientos o de repetición de contenidos, sino que un ser que vivencia el peso ético, emocional y profesional de haber fallado frente a un paciente que requiere de atención dada su vulnerabilidad. Pasar por alto esta dimensión subjetiva con el argumento de la seguridad del paciente, podría generar el efecto completamente contrario: estudiantes paralizados por el miedo, desconectados de su propio ser y que podrían ocultar los errores en vez de aprender de ellos, ya que la docencia que anula la vivencia genera profesionales obedientes desde lo técnico, pero incapaces de reflexionar de manera crítica.
En ese sentido, el acto educativo debiera ser comprendido como Sorge, que Heidegger define como forma de cuidado existencial, que se desarrolla por medio del acompañamiento del estudiante para reconocer su propio límite lejos del castigo y la sanción, sino que desde la invitación a trascender éticamente. No obstante, se debe ser cuidadoso para no caer en reduccionismos de la fenomenología, ya que eso podría justificar el error. La mirada fenomenológica no elimina el deber y obligaciones clínicas, más bien las fija en la vivencia del sujeto. Resignificar el error no implica anular la exigencia, sino profundizarla, dado que la vuelve más auténtica, más consciente y verdaderamente asumida. Así, la responsabilidad ya no se limita al cumplimiento técnico, sino que se enraíza en la propia existencia del estudiante, integrando el saber, hacer y ser.
La comprensión ontológica del error permite incorporarlo al análisis mismo de la ética del cuidado, ya que visibiliza al estudiante en su totalidad, considerando sus dimensiones técnicas, emocional y existencial como profesional en formación. Esta concepción en respecto al estudiante posibilita diseñar intervenciones pedagógicas contextualizadas que permitan comprender y transformar el conocimiento. Desde esa plataforma, la formación puede orientarse hacia un aprendizaje significativo y profundo, que fortalezca tanto el éxito académico como la construcción de una identidad profesional ética y comprometida con el cuidado de otros.