La convivencia es la capacidad de las personas de vivir con otras (con-vivir) en un marco de respeto mutuo y solidaridad recíproca; implica el reconocimiento y respeto por la diversidad, la capacidad de las personas de entenderse, de valorar y aceptar las diferencias; los puntos de vista de otro y de otras.

Desde hace casi dos décadas que nuestro país legisla al respecto, e invierte en planes y programas que buscan reforzar este concepto en el ámbito escolar. Es por esto que cuando la historia de “Juan” llego a mis oídos, caló profundo en mi conciencia y en mi corazón y me obligó a reflexionar aún más sobre este tema. “Juan” es un adolecente de 15 años, posee un diagnóstico de Asperger y fue criado en un ambiente de amor y respeto. Actualmente está cursando segundo medio en un liceo de Puerto Montt. Para él, el colegio no ha sido un ambiente del todo grato, pero disfrutaba ir, aun cuando tiene muchas dificultades para relacionarse con los demás. “Es que no siempre entiendo sus chistes, a mí no me parece gracioso lo que a los demás sí” me comentó con un tono sin mucha entonación. “Sé que soy diferente, pero para mí, todos lo son” me comenta mientras mira por la ventana.

Luego de un consejo de curso, en donde se abordó justamente esta problemática, todo cambió, “de pronto mis compañeros me decían que bajáramos caminando al centro juntos y hasta jugué a las cartas con ellos, un día en el recreo”.

El viernes llegó distinto”, me relata su mamá, “estaba inquieto, nervioso, lo habían invitado a un cumpleaños, una fiesta de 15 años donde estarían varios chicos y chicas de su curso. ¡Me alegré tanto!, nunca lo habían incluido. Fuimos al centro y compramos el regalo; en la tarde se arregló y se fue a despedir; no quise que llegara solo así que decidí ir a dejarlo”.

Cuando llegamos, se escuchaba música y se notaba ambiente festivo. “Hubieras visto su cara, estaba contento, yo lo conozco, le sudaban las manos”.

“Tocamos la puerta, por casi 10 minutos. Tocamos una y otra vez, luego de un rato me di cuenta de lo que estaba ocurriendo. Ellos no abrirían la puerta. Toqué con todas mis fuerzas, me descontrolé un poco, debo reconocerlo. Sentí tanta pena, tanta rabia que lloré. Tome de la mano a mi Juan y nos fuimos. En la micro de vuelta a casa no pude hablar nada, ¿qué le podía decir? Esto no tiene explicación alguna”.

Les agradezco leer en familia este pequeño relato, para reparar en algo el corazón de Juan, que ese viernes se congeló y se dañó, una vez más.