El amor natural, cuando recibe la Gracia, es un amor de Caridad, pero sigue siendo el amor natural que era. El Amor Mismo está en todos los amores. Su participación puede pasar inadvertida. Cuando los amores humanos asumen actitudes sublimes, que no se siguen de su naturaleza natural, es, porque han sido tocados por el manto divino que los tiene cubiertos.

“Los amores naturales son llamados a transformarse en modos de la caridad, sin dejar de ser también los amores naturales que eran”.1

La relación del amor natural con el Amor divino siempre va a ser misteriosa. Lo es, porque su comprensión debiera originarse en Dios, que es en cierto sentido incomprensible. No absolutamente, porque Él deja sus huellas en la realidad y podemos notar en ellas algo de lo que es y saber cómo es su querer.

Amar lo no amable, lo que los amores naturales rechazan como objeto de amor, puede encerrar un querer efectivo de Dios. Sentido que debiera ser descubierto para llamarse Amor. Su ocultamiento es por ignorar la señal trasformadora (divina) que sublima su naturaleza, para darle la posibilidad de ser acogido como Caridad. Si acepta esta premisa, el hombre es capaz de amar lo no amable. El proceso, la metanoia a considerar y cuya transformación se fundamenta en un instalarse en la Caridad, es un proceso de acogida divina.  La acción tenderá a no distinguir los amores, puesto que solo reflejarán el modo como habitan en Dios. Es así, como

“… la Caridad no desciende a amor meramente natural, sino que el amor natural es asumido en el Amor Mismo, se convierte en su concordante y obediente instrumento” 2

La insistencia de la Caridad para asumir los amores, revela en nuestro estudio que la molestia provocada, bien puede invocar un sufrimiento. Si el Amor verdadero se debe entronizar, es porque la insuficiencia del amor natural debe ser corregida. Lewis establece claramente esta verdad:

“Nunca falta la invitación a convertir nuestros amores naturales en Caridad. La ofrecen esos roces y frustraciones con que nos topamos en todos ellos, y que constituyen prueba inconfundible de que el amor (natural) no va a ‘bastar’; inconfundible, a menos que nos ciegue el egoísmo”. 3

Hay muchas formas de aceptar una invitación. También, en primera instancia, la podemos rechazar. Hay cierta seguridad en el amor que se posee. El hombre no quiere riesgos. Si tiene seguro dos no desea cuatro. Si tiene oro no desea diamantes. Es un problema de certeza, de esperanza y también de experiencia. Lo material, en lo que el hombre está inserto, no grita en forma muy elocuente el testimonio de otra realidad. Al no presentirla el hombre es feliz en su barro. Sin noción divina mi amor natural es pleno y es todo. Cuando vislumbramos y queremos presentir la realidad de Dios, su tenue aparición, puede dejar en una elite mística nuestro encuentro deseado con Él. Esta forma la describe Lewis y denota su difícil vivencia y comprensión.

Se refiere así a la presencia de Dios:

“Quizá para muchos de nosotros, toda experiencia meramente define, por así decirlo, la forma de aquella oquedad donde debiera estar nuestro amor a Dios. No es suficiente. Es algo. Si no podemos “practicar la presencia de Dios”, algo es practicar la ausencia de Dios, hacernos cada vez más conscientes de nuestra inconsciencia, hasta sentirnos como alguien que, parado junto a un gran catarata, no oye ningún ruido; o como el hombre de ese relato que se mira en un espejo y no encuentra allí ningún rostro; o el que en un sueño alarga su mano hacia objetos visibles y no experimenta ninguna sensación táctil. Saber que uno está soñando es no estar ya completamente dormido”. 4

 

1 LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile. 2001. P 161

2 LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile. 2001. pp. 161

3 LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile. 2001. pp. 163

4 LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile. 2001. pp. 169