Caridad (IX)
El traidor, así a secas, sabe de su traición. Este aguijón, provocado por el dolor de la falta, es causa de la trascendencia que nace en el dolor, pero es también motivante del amor y del perdón . Se extirpa, con el sacrificio, toda relación con el mal y queda inexistente en cuanto mal. Aslan asume la traición, cuya consecuencia será ahora de amor y no de sufrimiento. Es la analogía perfecta con la manifestación real del Amor de Dios. Odio y muerte son ahora fuentes que llevan hacia la vida y encauzan hacia el bien. La energía de la metanoia cristiana hace al hombre superar su naturaleza y aproximarse a la impronta divina. Muchos peligros enfrentan esta decisión. La misma intervención del sufrimiento, en el camino de trascendencia, tiene repercusiones que pueden alejar del sendero correcto.
Es el hombre el que decide. Esta decisión parece nacida en una soledad ontológica, que permitiría designar toda elección como únicamente suya. Ennoblecerse o envilecerse son actitudes de la persona, que autónoma y responsable toma las riendas de su existencia. Muchos misterios tiene la vida misma. El hombre discierne con su inteligencia, ama desde su voluntad y encauza sus decisiones con el libre albedrío. Son las facultades superiores. Recurriendo a ellas debe asumir las realidades presentadas en el amor y sufrimiento.
A pesar de poseer tan noble trilogía, la criatura humana ve desbordadas sus capacidades, y manifiesta su impotencia y límites. Saber del amor, tener la capacidad de vivirlo y gozar de su existencia, nos puede acercar o alejar de nuestro destino en las manos del Padre. La candente señalización, cuando el amor está siendo desvirtuado y el hombre rebajado, tendrá que venir de la misma consecuencia de ese mal que repele, y que tendremos que aprender a ver cómo lo único que puede forjarnos la dignidad perdida. Si ya la persona humana vio el mal, ahora debe hallar ahí, en esa manifestación nociva, lacerante, el principio que, nuevamente, encause los derroteros para divinizar la existencia.
Vimos que el error de absolutizarse, que está en los amores estudiados, es una absurda pretensión de ser sólo para sí mismos y desde sí mismos. La falencia de los amores necesita ser corregida, ya que su perfección no puede venir de ellos mismos. Esto va a implicar la búsqueda de una situación trascendente, que actúe demostrando esta necesidad. El capítulo siguiente versará sobre el Sufrimiento, pues éste aparece como un elemento adherido al hombre, cuando el amor es insuficiente o inadecuado. El dolor tendría que ser el adalid para combatir características de autodivinización y desprecio por lo absoluto. El amor zaherido, donde había depositado toda su verdad, es ahora motivo y causa de una inquietud que provoca una esperanza en un más allá por la incertidumbre impuesta. Toda alma en su padecer gesta un motor que enciende una fuerza necesaria hacia otro sentido existencial.