Cuando un amor decepciona inferimos su falta de plenitud. Al mismo tiempo se puede concluir la existencia de un Amor que no declina ni defrauda, porque el alma humana necesita ser saciada con ese alimento. Este nutriente solo puede ser la Caridad.

Es usurpado el verdadero amor, en toda su riqueza y felicidad natural cuando engaña con las pretensiones de Gozo, que sólo se pueden hallar totalmente en Dios, pero, esto puede ser muy confuso.  Debemos entender cómo estamos realizando nuestros amores para saber si la conducta es clara y cierta, y se gesta   en nuestro amor al prójimo y a Dios. Lo cual es muy complicado y no se evidencia fácilmente. Es un trabajo. Un esfuerzo de reflexión y de comunicación. El amor no se da en los espacios del mero sentimiento. El hombre debe fortalecerlo, principalmente, con su inteligencia y voluntad.

“No se necesita ir tan lejos para refutar la presunción de divinidad en que tan fácilmente caen nuestros amores: el hecho de que sin la ayuda de Dios, ni siquiera pueden permanecer siendo lo que son y cumplir lo que prometen demuestra que no son merecedores de tomar Su lugar.” 1

Al darse cuenta el hombre de las imperfecciones de sus amores mundanos, puede positivamente buscar el amor verdadero, pero también está el peligro que se acobarde y no quiera salir de sí. Esto puede ocurrir al ver el sufrimiento que se sigue si un amor muere o nos traiciona. El amor no es un cálculo. El abandono de nuestros amores a esa voluntad, que no depende de nosotros, es la entrega intuida por nuestro existir al carácter divinizante.

Lo  que más amamos en esta tierra no es nuestro en sentido absoluto. Al conformarnos a la sabiduría divina, podemos obtener las luces que nuestra propia sabiduría no puede darnos. Por consiguiente:

“Si un hombre no abandona todo cálculo respecto de sus seres amados terrenales, a quienes ha visto, con mucha menos probabilidad lo hará frente a Dios, a quien no ha visto. Nos acercaremos más a Dios, no tratando de evitar los sufrimientos inherentes a todos los amores, sino aceptándolos y ofreciéndoselos a Él: arrojando lejos toda armadura defensiva. Si es necesario que se nos rompa el corazón, y Él escoge ésta como la manera en que debe romperse, que así sea.” 2

Amar lo no amable. Si amamos sólo a quienes nos hacen felices o que corresponden a nuestro amor, no existirá el mérito realmente divino. Así se explica esta exigencia de la Caridad, asumida por el hombre con notables ejemplos de superación, que podemos calificar de sobrenaturales; sin embargo, siempre se debe reconocer a esta condición bajo la influencia del Amor mismo.

Es éste el que origina la tendencia del hombre a ir por sobre su naturaleza. Actitud que se conjuga como heroísmo, martirio o santidad cotidiana.

Claramente:

“Dios comunica a los hombres una parte de Su propio Amor –Don. Esto es distinto de los amores don que ha incorporado en la naturaleza humana. Estos nunca llegan a perseguir el bien del objeto amado pensando simplemente a lo que conviene al objeto en sí. Se inclinan por aquellos bienes que ellos mismos pueden conferir, o los que más les gustan a ellos, o los que calzan con una imagen preconcebida de la vida que ellos quieren que lleve el objeto. Pero el amor-don divino- el Amor Mismo operando en un hombre- es enteramente desinteresado y desea simplemente lo que es mejor para el ser amado. Una vez más, el Amor- don natural siempre está dirigido a objetos que el amante encuentra de alguna manera intrínsecamente merecedores de amor; objetos a los cuales lo atrae el Afecto o el Eros o un punto de vista compartido; o, a falta de eso, hacia quienes le corresponden o son dignos de él, o quizá hacia aquellos cuyo desamparo es del tipo que atrae simpatías y conmueve. Pero el Amor –don divino en el hombre lo hace capaz de amar lo que por naturaleza no despierta amor: a los leprosos, criminales, enemigos, deficientes mentales, a los malhumorados, los arrogantes y los desdeñosos.” 3

 

 

1 LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile. 2001. p. 144

2 LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile. 2001. p. 147-148

3 LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile. 2001. p. 154-155