Si el hombre debe amar, su esfuerzo será asemejarse al objeto de su amor. Identificación y proceso de conversión. El que ama aspira a ser como el amado. Si Dios es Amor, Caridad, el que encuentra su semejanza con Él, es aquel que mejor poseerá la plenitud del amor. En el contexto de Lewis, esto es quizás lo más radical. En primer lugar, veremos lo que afirma de cómo se da en el hombre este proceso. En síntesis, su teoría al respecto es que:

“El más insignificante de nosotros, en estado de Gracia, puede tener un cierto “conocimiento por contacto” (connnaïtre) del Amor Mismo, un haberlo ‘saboreado’; pero ni aún en su más alto grado de santidad e inteligencia tiene el hombre un directo ‘saber sobre’ (savoir) el Ser último: sólo analogías. No podemos ver la luz, aunque por la luz podemos ver las cosas. Las afirmaciones sobre Dios son extrapolaciones provenientes del conocimiento de otras cosas que la iluminación divina nos permite conocer.”[1]

Sin duda, lo que afirma Lewis es evidente para todos los que han meditado las verdades sobre Dios. Más aún, si se refiere a un nombre que el posee por antonomasia. Deus caritas est. Los vestigios, las huellas que deja Dios de su existencia y que ayudan al hombre a tener este conocimiento, son  exiguas, pero, en cierto sentido, con ellas nos podemos remontar, por lo menos, a saber qué es. Las certezas que da el conocimiento por analogía, son las certezas racionales que iluminan nuestro saber de Dios. El amor y los amores tienen semejanzas, desde ellas se puede vislumbrar el Amor Divino. Al comprobar que los amores humanos son insuficientes para dar y contener la felicidad que parece albergarse en ellos, nos podemos encaminar hacia la verdad divina. Aquellas carencias, manifiestas en los amores humanos o naturales, son un dato de que debe existir un amor más allá de ellos mismos y que lo posee todo. El Amor divino se manifiesta en este no manifestarse. El amor natural pide una grandeza que no posee y la pide al reconocer que no la posee. Esto está en cierta forma comprobado,  porque no se sacian los amores de este mundo con su propio alimento. Esta carencia es fundamental para comprender nuestro estudio, puesto que el papel del sufrimiento y la búsqueda de la trascendencia en el hombre, se originan – en cierto modo – desde esta verdad.

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[1] LEWIS, C.S. Los cuatro amores. Andrés Bello, Santiago de Chile. 2001. p. 152