Según Buss (2000), los seres humanos tenemos una meta que no debemos ignorar: nuestra propia felicidad. Estar y ser feliz constituye un aspecto que ha recibido la atención, incluso, de diferentes organismos internacionales. Es así como la ONU decretó el 20 de marzo como el Día Internacional de la Felicidad, cuyo objetivo busca reconocer la relevancia de la felicidad y el bienestar como aspiraciones universales de los seres humanos y cómo dicha aspiración debería considerarse en las políticas de cualquier Gobierno.

A partir de la iniciativa de las Naciones Unidas, cada año se publica el informe mundial de la felicidad. En sus análisis se ha encontrado evidencia empírica que nos revela que las personas felices tienen una mayor probabilidad de éxito en distintas dimensiones de su vida, tales como: el desempeño laboral, las relaciones interpersonales, los ingresos y la salud mental. Asimismo, un país que cuenta con ciudadanos capaces de disfrutar de sus vidas es un buen indicador de una sociedad sana. No obstante, sabemos que existen diferencias importantes en los niveles de felicidad percibida entre naciones  y dichas diferencias podrían estar asociadas a circunstancias sociales, tanto objetivas como a factores socioculturales.

Pero más allá de lo intuitivo y evidente que conlleva la felicidad, está la pregunta por las oportunidades para encontrarla o, si procede, incrementarla. Aquí no puede obviarse la más antigua de las intuiciones, la relación entre dinero y felicidad, donde la justificación para nosotros, los mortales, apunta a que éste “no la hace”. Sin embargo, sí parece auspiciarla, al menos eso dice el informe del 2014. No obstante ello, la felicidad responde a una multidimensionalidad de factores, donde si bien se requiere de una capitalización, ésta resulta ser más social que financiera.

Entonces, ¿cómo capitalizarnos socialmente? Y, ¿cómo lo logramos en Chile? A grandes rasgos, podemos observar alguna direccionalidad. Por ejemplo, uno de los componentes, sino tipo de capital social, es la tan citada y estudiada confianza, es decir, la expectativa y credibilidad sobre el comportamiento de los otros (personas e instituciones) y que, aplicado a nuestro país, parece ser más un problema a resolver que un activo.

Y es que claro, nuestra elite no sólo se ha dedicado a repartirse el capital patrimonial y económico, sino que también el social, estirando la paciencia y credibilidad hasta los vergonzoso números que hoy en día muestran los diversos estudios, otra dilapidación más. Por otro lado, pero de forma complementaria, el capital social también tiene una potencialidad en su capacidad integradora a nivel estructural. Esto es, la posibilidad de relacionarnos y crear redes sociales que faciliten desde el soporte emocional hasta el acceso a diversos recursos. No obstante, este tipo de capital social, más estructural, ha venido a la baja también.

Una muestra de ello es la capacidad de ciertos grupos de formar redes sociales acotadas, endogámicas y clausuradas; no es necesario revelar cómo la elite local se ha encargado de diseñar y aplicar mecanismos, formales e informales, para intentar mantener grupos sociales y relacionales homogéneos y cercanos. Por estos días, los padres que postulan a sus hijos/as a ciertos centros educativos bien saben esto.

Este punto no es menor, ya que lo que tenemos acá es la reproducción constante de un tipo de capital social, el bonding capital, que reproduce, bajo el efecto San Mateo, los recursos de estos grupos para ellos mismos, algo que en algún momento, incluso, ha sido definido como capital social negativo. Entonces, ¿está todo perdido? Puede ser, pero, como la felicidad precisa, hay que ver el vaso medio lleno. Y es en esta línea donde, así como hay importantes indicadores de la baja capitalización social, también tenemos movimientos y acciones sociales que buscan capitalizarnos y, auspiciar socialmente la felicidad.

Así, hoy observamos movimientos reivindicativos cuyo objetivo central es la base del capital social. Diversos movimientos tienen una base común: la igualdad o superación de asimetrías de poder entre las personas. Esto es, relacionarnos y convivir en la igualdad o en comunidad. Incluso, esta efervescencia va más allá de nuestra esfera social, ya que no son pocos los movimientos que, incluso, buscan tener una relación simétrica con su medio natural, donde están los movimientos ambientalistas y animalistas.

Así, y bajo la intuición que la igualdad promueve un mejor bienestar para todos, es que estos movimientos son claramente la base de creación de capital social y con ellos el “auspicio social de la felicidad”. Por tanto, está en nosotros, como cuerpo social, recrear nuestras relaciones horizontales donde podemos revertir los déficit e impulsar oportunidades para la felicidad. Además de ello y, a diferencia del capital económico, la gracia del capital social es que mientras más se usa más crece, mientras más confiamos más confiaremos, mientras más nos relacionamos más fuertes son nuestras redes. Está en nosotros recrear nuestro capital social, ya que, a diferencia de otros bienes la dimensión social de la felicidad, conlleva a que tu felicidad comienza donde también comienza la mía.