La palabra convivencia es muy usada en distintos ámbitos, muchas veces sin analizar su significado y su sentido. El diccionario de la RAE la define simplemente como la acción de convivir, que a la vez se define como el vivir en compañía de otros. La dificultad práctica es que generalmente no podemos escoger estas compañías, como en los casos de la escuela y el trabajo, entre otras áreas de la vida. La convivencia nos exige un esfuerzo de adaptación, por un lado, y de acogida, por el otro.  Para poder convivir sanamente debemos aprender a negociar y ceder, desarrollar la tolerancia hacia los otros y la no discriminación frente a las diferencias interpersonales. Implica conocernos para encontrar puntos de unión y acuerdo, aceptarnos como personas únicas y no juzgar, si no tratar de empatizar con el otro. Cuando alguien no nos agrada, la reacción natural es esperar que esa persona cambie, pero la experiencia nos dice que la cosa no funciona así. Es más factible realizar cambios internos, como por ejemplo, cambiar nuestras expectativas respecto de los demás. Cuando bajamos nuestras expectativas en las relaciones humanas, las personas nos pueden sorprender positivamente. Asimismo, esperamos tener una mejor acogida de los demás en relación a nuestras debilidades, falencias y errores.

Los niños aprenden estas conductas de nosotros. Querámoslo o no, somos modelos de intercambio social. A veces ellos nos demuestran ser más “sabios” que nosotros, no tienen prejuicios, juzgan menos, perdonan más, integran mejor.

Uno de los grandes desafíos del siglo XXI, sumado tal vez al auge de las redes sociales virtuales, es el aprender a convivir. De hecho el Informe a la UNESCO de la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI presidida por Jacques Delors, habla expresamente de desarrollar la educación como una actitud de aprendizaje para toda la vida basada en cuatro grandes pilares: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a convivir y aprender a ser.

Coloquialmente decimos “hagamos una convivencia” cuando queremos tener una celebración, un jolgorio, un compartir grato y entretenido. Los niños pasan la mayor parte de la jornada en la escuela; los adultos, la mayor parte en el trabajo. Tratemos que nuestra convivencia sea cercana a un festejo diario, donde podamos disfrutar la vida, aprender con el otro y del otro. Lleguemos cada día contentos a casa, satisfechos de haber trascendido a nuestros impulsos, pensado antes que actuado y utilizado el corazón y la empatía en el trato justo que nos devuelve la mano.