“Acoso escolar y ciberacoso: el antes y el después de la pandemia”
El ciberbullying consiste en la utilización de las nuevas tecnologías o medios digitales para intimidar u hostigar a una víctima identificada por uno o más victimarios. De ese modo, quien acosa hace uso de manera repetida de los chats de juegos virtuales, redes sociales, blogs o foros, así como de la mensajería de teléfonos celulares o correos electrónicos, para registrar y difundir mensajes escritos, fotografías o vídeos que buscan burlarse, amedrentar, difamar, denigrar y finalmente violentar a otra persona que, evidentemente, podría experimentar diversas consecuencias individuales y sociales.
Entre estos efectos encontramos desajustes emocionales, deterioro de la identidad y la autoestima, ansiedad, depresión, ideación e intento suicida, aislamiento y rechazo del grupo de pares, entre otras. A su vez, el ciberbullying se asocia fuertemente con las dinámicas de interacción que suceden en los contextos escolares, motivo por el cual la atención suele estar centrada en tales espacios.
Dadas las características del ciberacoso, se pensó que durante el período de confinamiento por pandemia de COVID – 19 la victimización aumentaría, y que posteriormente, al retornar la presencialidad, el fenómeno disminuiría. Sin embargo, parte de la evidencia científica de estos últimos años ha dejado en evidencia lo contrario.
Por ejemplo, Bacher-Hicks, et al. (2022), reportó en su estudio “The COVID-19 Pandemic Disrupted Both School Bullying and Cyberbullying” que durante la pandemia tanto el acoso escolar directo como el ciberacoso se redujeron entre un 30 y un 35 por ciento, pero que, tras el retorno a la modalidad presencial, retornaron también los niveles normales. Esto hizo concluir a los autores, que las interacciones en persona parecen ser las promotoras tanto de acoso escolar como de ciberacoso.
De ese modo, son esas mismas relaciones sociales cotidianas, el espacio desde donde deberían surgir soluciones eficaces para disminuir la prevalencia del acoso y del ciberacoso, y en consecuencia de sus peligrosas secuelas. La implementación de programas de prevención del acoso escolar debería estar centrada en las interacciones cara a cara, más que en aquellas digitales, y ser complementadas con adecuados enfoques de enseñanza – aprendizaje que potencien la mirada de la escuela como comunidad humana en la que se privilegia la comunicación, la solidaridad, el respeto y todos aquellos valores gestores de equilibrio y bienestar en las personas.