Caridad (VIII)
La inmersión de amor que recubre al hombre y donde todo se impregna de aquel ser siempre, sobrepasa temporalidades, finitudes y sucesos acaecidos. Así se logra vivir pre –sintiendo la eternidad, porque, aceptando la presencia de Dios, se vive, en cierta forma, instalado en ella.
Para demostrar como patentiza Lewis estas verdades fundamentales en torno al amor, hemos recurrido a este maravilloso relato de Aslan y de la entrega que hace de su vida, en la primera de las Crónicas de Narnia: “El león la bruja y el ropero”. Se cuenta allí lo ocurrido para salvar a uno de los protagonistas, Edmundo, que había cometido una enorme falta. En este yerro se ve que su persona ya pasa a ser del reino del mal, porque la actitud corresponde insertarla en ese dominio. El rescate que hace Aslan lo lleva asumir ese mal para destruirlo. Esto convierte el relato en un relato del Amor mismo, dada la entrega de la propia vida por el amado. Es el Amor enseñando el Amor. Por esto terminamos la meditación de la Caridad con esta referencia. Como podemos apreciar:
“Tienes un traidor aquí, Aslan-Dijo la bruja.”1
Más adelante y siguiendo con su interpelación a Aslan la bruja agrega:
“Tú sabes que todo traidor me pertenece; que, por ley, es mi presa, y que por cada traición tengo derecho a matar.”2
El poder del mal, representado por la bruja, hace aparentemente irrefutable sus argumentos. Básicamente, el que cometió una acción mala es de otro reino, el reino del mal. Podemos analogar con el pecado mortal. En sentido estricto está muerto quién lo comete. No está en la vida que ofrece Cristo. Se ha separado de la existencia divina y pertenece, desde ya, a ese fuego eterno que es la condenación.
La lógica del mal tiene consecuencias irreversibles: del mal se sigue el mal. Esta lógica sólo puede ser destruida por el Amor. Es lo que ocurrirá, pero antes, los detalles son majestuosos. No en vano lo narrado nos transporta al sacrificio de Cristo, en la Cruz.
Continuando el relato:
“- Vayan atrás, todos ustedes-dijo Aslan-. Quiero hablar con la Bruja a solas».
Todos obedecieron. Fueron momentos terribles…, esperaban y, a la vez, tenían ansias de saber que estaba pasando. Mientras tanto, la Bruja y el León hablaban con gran seriedad y en voz muy baja.
-¡OH, Edmundo! -exclamó Lucía y empezó a llorar.
Pedro se quedó de pie dando la espalda a los demás y mirando el mar en la lejanía. Los castores permanecieron apoyados en sus garras, con sus cabezas gachas. Los centauros, inquietos, rascaban el suelo con sus pezuñas. Al fin todos se quedaron tan inmóviles que podían escucharse aún los sonidos más leves, como el zumbido de una abeja que pasó volando, o los pájaros allá abajo, en el bosque, o el viento que movía suavemente las hojas. La conversación entre Aslan y la Bruja continuaba todavía…
Por fin se escuchó la voz de Aslan. «Pueden volver-dijo-. He arreglado este asunto. Ella renuncia a reclamar la sangre de Edmundo”.3
La luminosidad de este diálogo enigmático es evidente. Nadie se movía y estaba sólo presente el silencio. La conversación era un diálogo de amor. Se propone una entrega: yo muero por él; yo muero en vez del traidor. Él merece mi amor y mi vida. El príncipe de este mundo fue el instigador del sacrificio de Cristo en la cruz, como la bruja en el sacrificio de Aslan. Entregar la propia vida para salvar la de otro, es el amor por antonomasia. Más aún, si la entrego por el enemigo, por el falso, por el que quiso destruirme… Esto constituye lo excepcional de la Caridad.
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1LEWIS, C.S. Las Crónicas de Narnia. El león la bruja y el ropero. Andrés Bello. Santiago de Chile. 1997. p. 111
2 LEWIS, C.S. Las Crónicas de Narnia. El león la bruja y el ropero. Andrés Bello. Santiago de Chile. 1997. p. 110
3 LEWIS, C.S. Las Crónicas de Narnia. El león la bruja y el ropero. Andrés Bello. Santiago de Chile. 1997. p. 112