Pueblos originarios: el desafío de la multiculturalidad de nuestro país
En nuestro país, las intenciones de reconocimiento de los pueblos originarios han quedado plasmadas en diversos acuerdos como la promulgación de la Ley para el fomento, protección y desarrollo de los pueblos indígenas y el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo.
La participación de Chile en estos acuerdos parte del reconocimiento de la existencia y valor de los pueblos originarios, evidenciando con ello el carácter multicultural de nuestro pueblo.
Sin embargo, lo anterior genera condiciones de posibilidad para prácticas que tergiversan los sentidos profundos del resguardo cultural. En ese contexto, es común escuchar en estos días cómo diversas instituciones celebran el We Tripantu con el fin de materializar reconocimiento y validación de la cultura mapuche, poniendo énfasis en la muestra o exposición de objetos, ritos culturales o en el uso de indumentaria mapuche. No obstante, el We Tripantu se sustenta en un sentido ancestral que va más allá de la materialidad presente en la cultura. El We Tripantu o salida del nuevo sol implica para la cultura ancestral una celebración colectiva, un participar juntos con la naturaleza en la renovación y emergencias de nuevas vidas desde la cosmovisión holística, en la que el hombre como uno más de la naturaleza celebra un nuevo ciclo.
Es precisamente este sentido el que muchas veces queda olvidado en las celebraciones que sólo consideran la dimensión material, evidenciando un proceso de folklorización de la cultura originaria en estos espacios de reconocimiento generados desde las instituciones occidentales.
Lo mismo sucede con la enseñanza de la lengua mapuche en las escuelas, la presencia de señalética escrita en lengua originaria en instituciones públicas o en la definición de beneficios de fomento del “emprendimiento cultural” destinados a comunidades indígenas que intentan por sobre todo poner en valor monetario aquellos elementos culturales que tienen connotación sagrada para un pueblo.
«el We Tripantu se sustenta en un sentido ancestral que va más allá de la materialidad presente en la cultura. El We Tripantu o salida del nuevo sol implica para la cultura ancestral una celebración colectiva, un participar juntos con la naturaleza en la renovación»
Esto nos interpela a una reflexión profunda. El reconocimientos de la existencia y valor de los pueblos originarios era el primer paso necesario, no obstante quedarnos sólo en ello ha posibilitado prácticas que, desde una perspectiva crítica en ciencias sociales, podríamos denominar neocolonialismo, en tanto hemos construido un sujeto “indígena” con necesidades y anhelos de reconocimiento y desarrollo definidas desde el prisma occidental-neoliberal y no desde la aproximación a su particularidad y cosmovisión.
Sin duda, la cultura de los pueblos originarios está transversalizada por la convivencia con el mundo occidental y desconocer esa dimensión sería abogar por una mirada reduccionista y esencialista de la cultura. No obstante, es necesario reconocer la legítima diferencia, el respeto y fortalecimiento de la cosmovisión originaria para favorecer por una parte el resguardo y fortalecimiento cultural y por otra la participación indígena en el espacio occidental; desde la base de un genuino respeto y legitimidad.
En el ámbito de salud mental, esto se vuelve fundamental. Gran parte de las manifestaciones sintomáticas presentes en la cultura mapuche-huilliche como el “susto” o el “sobreparto”, entre otras, dicen relación con las transgresiones culturales que se propician en este transitar poco respetuoso que debe vivir el mapuche en una cultura occidental que invisibiliza los elementos culturales fundamentales de su cosmovisión.
El desafío dice relación con la posibilidad de articular acciones y contextos que reconozcan y legitimen la diferencia, pero que además posibiliten espacios de diálogo y articulación. El enfoque intercultural nos entrega un piso desde donde actuar en este sentido y las políticas públicas que incorporan dicho enfoque en salud, vivienda y educación han de reconocer entonces que no basta con prestar servicios o entregar beneficios a dichas comunidades, sino más bien velar porque en ese ejercicio prime la pertinencia y el respeto por una cultura viva y generar desde ahí, espacios de articulación participativa que resulten pertinentes territorial y culturalmente.